viernes, 29 de febrero de 2008

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona
LA MANO QUE MECE LA CUBA
Por El Vodkas
Etílicos ayeres. Todo comenzó en el depa del joven e intrépido reportero Pplú, guía etílico de toda una generación de colegas que acostumbran tener como centro de operaciones su depa, una de las grandes virtudes de la soltería y el apapachamiento paterno; como era su cumpleaños, amigos, compañeros de profesión y espontáneos cayeron a su casa con suculentos regalos, que iban del whisky al vodka y de regreso, claro con chelas de por medio para ir agarrando fuerza, sin faltar las frituras y el queso panela, que dice el mito que combinados son de gran utilidad a la hora de platicar con el monstruo.
Todo iba bien, el cumpleañero recibió a sus amigos como se debe: a medios chiles, en pans y sin bañarse, pues para él la fiesta había comenzado desde un día antes; el ambiente era de camaradería y cordialidad, hasta que a alguien se lo ocurrió que había llegado el momento de darle al zapatazo, y descubrió que había un problema: el conglomerado sólo contaba con la presencia de tres damiselas, colegas de profesión y de algunas parrandas desde luego, por lo que en un ejercicio arduo, pero de nivel primaria, todos cayeron en cuenta de que si querían mover el boten, tendrían que esperar al menos media hora… además de que ellas, y este fue un comentario suyo claro, no tenían intensión de fichar esa noche.
Entonces una voz aguardientosa, la del más adelantado de la noche, tuvo una maravillosa idea y comenzó a gritar: “taibol! Taibol! Taibol!”. La respuesta fue unánime y los amigos comenzaron a sacar hasta el guardadito pa la cruda y a ver cuál era el centro social y familiar más cercano –cuando uno entra todas te saludan como si te conocieran de toda la vida y esa crea una comunicación abierta…- y los detalles de cómo llegar a él. Pero nadie contaba con que las damiselas, dueñas de la noche y de su liberación femenina desde luego, dijeran: “sí, está bien. Vamos nunca hemos ido, queremos conocer”.
Nadie lo podía creer; desde luego los reporteros reaccionaron como lo deben hacer los caballeros en aquellas situaciones que deben ser resueltas con la palabra, y a través de su vocero, el de la voz aguardientosa, dijeron: “¡ni madres! Lo hacen apropósito. Pá qué van, se van a aburrir”. Sobra decir que desde luego no nos hicieron caso. Así que para ser breves, ahí estábamos todos en el Taibol, sentados muy cerca de la pista principal, cuidando a nuestra amables compañeras para que nadie las molestara –“no vaya a ser que las confunda”, dijo de nuevo el de la voz aguardientosa, pero esta vez nadie le hizo caso, al contrario, alguien dijo “ojalá”. Pero ni la boletera se nos acercaba.
Sólo nuestro festejado, ya más borracho, se había colocado al frente para ver el espectáculo –sobra decir a qué me refiero- y nervioso, con bastante ansiedad, veía pasar las horas, contaba su dinero pero no se atrevía a llamar a la boletera. “Es que me da pena, que tal si van y le dicen a Susana, ya vez que son amigas y ayer me dijo que sí va a salir conmigo… pero ya viste a la de rojo, está bien buena, como para cenar en mi cumple…” luego del profundo comentario, la doncella de rojo al ver la ansiedad del colega y los billetes en su mano, decidió tomar la iniciativa e invitarlo a subir a la pasarela, cosa que él desde luego aceptó y de un impresionante salto llegó hasta el centro. Ella comenzó su danza clásica –clásica porque todas repiten lo mismo- y él a disfrutarla; le quitó la sudadera y no traía camisa; y luego lo tenis, no traía calcetas –decía que usaba calcetines de piel de marrano-, y así hasta llegar al pantalón, donde él la detuvo con ambas manos, pero ella insistió… una compañera de la profesional bailarina entró al quite y de un certero jalón –a fin de cuentas la práctica hace al maestro-, bajó el pantalón de Pplu para dejarlo prácticamente desnudo en medio de la pasarela…
Aún resuenan en mis oídos las carcajadas de todos los presentes, desde luego las de nuestras compañeras por encima de todos y algunas mentadas de madre por lo pobre del espectáculo –sabe a qué me refiero-… “No lo conocíamos así, que divertido es tu amigo. Le voy a contar a Susana”, dijo una de nuestras invitadas, pero nadie le pudo responder pues la risa se los impedía.
Un rato más en el “taibol” para recuperar el aliento y para defender a las pobres trabajadoras del lugar porque las regañaron por lo que habían hecho, pues esperaban alguna queja de parte del caballero afectado, quien estaba más preocupado por recuperar su ropa e ilusamente algo del dinero que traía –de la dignidad no hablar claro-, que por discutir, y nos retiramos para ir de nuevo al depa de Pplu y acabar de festejar su cumpleaños, el cual desde luego no a vuelto a celebrar en un “taibol”, al menos no con sus amigas… y con Susana no pudo volver a hablar, ya que cada vez que lo intentaba ella no podía evitar tener un ataque de risa, y eso que no estuvo presente.

Bienaventurados los adoradores de Mayahuel

Por Aguas Lodosas

Pero que lindo es rendir pleitesía al dios Baco, ya sea en una cervecería o cantina, quizá en la esquina de la cuadra cuando estás chavo y te sientes el rey del barrio como TínTán. O también en el estacionamiento de la escuela con todos los compas eufóricos de tanto vino, juventud y bellas compañeritas estudiantes.
Ya más ruco, pues en la casa de algún vale escuchando buen blues o rock. ¿O por qué no? en algún evento de prensa donde te dejan algo para beber los colados, y te picas y te pones hasta el tronco.
Sin embargo, puede ser más ilustrativo, folclórico y embriagador, profesarle pleitesía y fe a la diosa Mayahuel, deidad prehispánica del octli, mejor conocido como pulque.
Desde escuincle, mi abuelo Tito me mandaba por su “caldo de oso”, como dijera en su tira don Regino Burrón. Ya me conocía el encargado o dueño del expendio, a quien le decían Lalo, y yo le solicitaba: “Me da dos litros del que toma el patrón”. Y me servía el viscoso líquido blanco, como el techo de la misma pulcata.
Volvía con el encargo, pero Lalo ya me había dado un vasito del rico y espumoso nehutle. Eso era en el barrio de Copilco el Bajo, entre el eje 10 y la avenida Insurgentes, al sur de la ciudad, muy cerca de la Ciudad Universitaria.
Pocos años después, cambiamos de residencia al barrio contiguo de Loreto, barrio obrero y bravo donde todos los viernes y sábado, sus calles privadas se convertían en multitudinarias cantinas, con todo y sus broncas cuando ya andaban hasta la madre toda la banda.
En los linderos del barrio con Tizapán, a un costado de la fábrica de papel, hoy exclusivo centro comercial, se ubicaba “la pulquería del Potro”, porque así le decían al encargado del tugurio y de la cual creo su nombre real era el “Voy de pasada”. Ahí llegaban un chingo de obreros luego de terminar su turno de las dos de la tarde y pasaban a comprarse los suyo los que relevaban también a esa hora.
Nosotros los chavos también llegábamos regularmente los lunes al mediodía a curarnos la cruda acumulada de viernes, sábado y domingo. El primer día de la semana era especial, pues era de ley el curado de limón que les quedaba pero neta que de poca madre, e inflábamos pulmón hasta agarrar otro pedo como el de los mayores.
Como todas las pulquerías, la del Potro tenía su altarcito a la Guadalupana, su molcajete grande para a salsa de chile morita, pasilla o de árbol bien picosa, y sus barriles repletos de jugo de maguey. Y afuera “doña Morongona” vendía tacos de cabeza de pollo, o mollejas con salsa, todo el día sentada frente a su anafre con un comalote que era una tapadera de tinaco de lámina, ¡pero que rico sabían sus fritangas! A un lado del departamento de mujeres.
Más hacía el poniente de Tizapán cerca del Periférico donde se erigían anteriormente las instalaciones del Récord, se hallaba otra pulquería especial: “El Bataclán” y su encargado se llamaba Pedro, y que chulada de curados preparaba, no había uno que no estuviera suave, pero los más ricos eran los de apio, jitomate o betabel, frescos y escarchado el vaso con sal y limón ¡uta, ya se me hizo agua la boca!
Este cabrón se aventaba la puntada de preparar uno de calabaza los días de muerto a principios de noviembre y que bárbaro eran una chulada, o el de frijol para ponerse bien jicote, por eso les decía que era muy especial el famoso “Bata”, pues no en cualquier lado se aventaban a hacer este tipo de esquimos cuateros que lo ponían a uno como burro en primavera, neta que sí.
Y bien, en la siguiente entrega les prometo hablar de “La Vencedora”, allá por el rumbo de Los Dinamos, o “La tempestad” en Mixcoac, donde nos hincábamos toda la banda de pedernales a ofrecer una oración a Mayahuel.

¡¡¡TRES TREQUILAS POR FAVOR!!!!

POR CAKEMAN

El Javier y yo agarramos la bonita costumbre de vernos los miércoles para ponernos hasta la madre. Uno de esos aciagos días de media semana, el abuelo, como algunos conocían a Javier, me llamó a la oficina:

-Qué onda wey, hay evento.
-No mames, ¿a poco hoy no vamos a chupar?
-No seas pendejo. Vamos a la presentación del disco homenaje a José Alfredo Jiménez. Va a patrocinar Cuervo, así que ya te imaginarás…
-Simón, edecarnes sirviendo tequila…¿a qué hora nos vemos?

Unas horas después pasé por el héroe de esta historia a las instalaciones del diario cultural donde decía que trabajaba. Ya reunidos buscamos la caribe que en aquellos años conducía y nos dirigimos al Salón 21(Vive Cuervo Salón). Llegamos. Al entrar al salón un par de suculentas edecanes nos recibieron con sendos caballitos de tequila. Los ojos del Javier se iluminaron. Cómo el tipo es bastante conocido en su medio pos se puso a saludar a casi todo wey o vieja se le atravesaba. Yo lo seguía enfilándome los tequilas que las bellas edecanes me servían. Eso si, cada que terminaba uno, procuraba ir guardando el pequeño vacito donde nos servían el pegol en una mochila. Total que horas después ya andaba cargando, más que una mochila, una sonaja. Pero nadie nos pregunto por el sonido de los cristales y las bellas meseras nos seguían dando caballitos con tequila. Pero no perdamos el hilo…

Cansado de andar atrás del Javier, tomé lugar en una mesa de la zona VIP casi a un costado del escenario. Busqué al abuelo sin lograrlo y la hueva me impidió buscarlo. Para qué. Ya andaba medio pedón y apenas estaba tocando Moenia (esos grupos sólo pedo los soportas). Decidí bajar el ritmo de mi ingesta alcohólica y darme un taco de ojo con las falditas y escotes de las viejas éstas que servían el chupe. Momentos después llega el abuelo tras de mi:

-Qué pedo wey, ¿cómo andas? Yo voy a agarrar una peda cabrona.

Se fue. Creo que fue a platicar con otra reportera que estaba en una mesa contigua. La onda es que después de un rato lo perdí de vista otra vez. Comenzó a tocar Cártel de Santa y yo seguía sin ver al abuelo, hasta que cantaron la de “Ella”. ...no se si me explico, cuando el dinero falta las mujeres vuelan como los pajaritos... llegó rapeando el abuelo y le hice segunda. En eso, me dice el wey, en un tipo de lenguaje muy parecido al español:

-No mames, estoy agarrando una peda…

Se te nota cabrón. Pos acabó de tocar Cártel de Santa y el Javier se volvió a perder. Por aquellos ayeres Moderatto no estaba tan de la chingada por lo que nos gustaba echar desmadre en sus conciertos y justamente esos weyes iban a cerrar el evento.
Pos al primer guitarrazo, que me bajo de la zona VIP. El Javier llegó de madrazo, me abraza y balbucea un:

-¡Traigo una peda!

Y neta. El wey estaba totalmente ebrio. Aunque todavía guardaba el equilibrio. Comienza la primera rola. El Javier me grita al oído:

-Wey, ¡consígueme tres trequilas!
-No cabrón, ya estás muy pedo.
-¡Oh!- y que se va.

No acababa la rola cuando regresó con, efectivamente, tres trequilas. Los acomodó en fila en el piso y comenzó a mover la mata emulando un rehilete. Me di cuenta porque sentí un airecito del cual desconocía su procedencia (pensé que habían abierto las ventanas) hasta que vi al abuelo mateando con una energía pasmosa. Unas chicas volteaban a vernos tímidamente pero con risa.

Pos el concierto acabó pero el Javier seguía rockeando… con el audio ambiental…

-Wey ya vámonos.
-Neeellll, ¡todavía no se acaba!
-Ya se acabó, man. Vámonos
-Que no weeeeyyy. ¡No ha acabado!
- A ver cabrón, ¡¿quién está tocando!?
- Este… ah…no pos mejor ya vámonos.

Como pudimos llegamos a la caribe. Tomamos camino hacia mi casa y el Javier balbuceó que se sentía mal. Comenzó a aventarse esos eructos profundos que avisan que el excorsismo del alcohol se aproxima. Y si. De madrazo un torrente de comida procesada salía de la boca del abuelo que sólo alcanzaba a lanzar pequeños pujidos. Se estaba bañando en su propia guácara. El olor era tan fuerte que me vi obligado a bajar un vidrio a pesar del frío e intentaba aguantar la risa.

En eso me percato que la nave se quedaba sin combustible. Despierto al Javier, que ya venía medio dormido para pedirle lana. El wey como pudo sacó un billete de 50 de su cartera y me lo dio. Todo esto visto por el despachador que puso una cara de no mames qué asco.

Estábamos como a 5 minutos de mi casa y el Javier comenzó a vomitar de nuevo. Sólo que ahora esta un poco más conciente. Le dije: man, inclínate, orden que acato a medias porque sólo bajó la cabeza. Pos se atascó más. Y lo peor fue que en una de esas se empezó a ladear y que vomita sobre la palanca de velocidades. Puta madre. Pos con un trapito hacía los cambios.

Ya en mi casa el wey se rehusaba a que le ayudara a caminar, necedad que pagó dándose un madrazo en el suelo. Y pues ni modo de acostar al Javier todo guacareado. Pos lo cambié y le puse ropa limpia. Chale.
Al día siguiente, el Javier despertó fresco como una coca de congelador. No me siento mal, recuerdo que me dijo. A los 10 minutos, la cruda lo atacó salvajemente. ¡Me siento mal!, gritaba el pobre. Desayunamos. El wey se tomó creo que dos litros de jugo de manzana. Pero lo que no tuvo madre fue la expresión de su rostro cuando abrió la puerta de su carro. La imagen la tengo tatuada en mi nebulosa, me cae. El cabrón abre la puerta, pela los ojos, se lleva las manos a la cabeza y exclama: ¡Mi carro! con un dramatismo que ni Cate Balnchet hubiera logrado.

Días después el Javier me contó que cuando llevó a lavar su carro, de pendejo lo limpiaba él, y ante la pena, le dijo al lavador: “mi pinche amigo bien borracho me vomitó el carro…” Vil mentira.




El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona.

jueves, 28 de febrero de 2008

Mi primer beso...

Por Davicho

Cuándo era un mozuelo, mientras estudiaba en el CCH, tanto el humo del cigarro, cómo la chela o cualquier cosa que tuviera alcohol era aborrecida por mí... pero para mi gracia-desgracia, llegó la primera novia -sin reirse culeros- a la fabulosa edad de 19. Maribel era su nombre, la vieja más deseada de todo el CCH Naucalpan, incluyendo el deseo de maestros, maestras e intendencia...

Un buen día (más bien noche) al entrar a nuestra clase de biología (ahí nos junto el destino), llegó tambaleándose de borracha (teporocha pero no burra) y se sentó junto a mí; durante la clase se quedó jetona, mientras yo la cubría con un cuaderno. A la salida, me dijo:

- Oye wey, olvide un libro de la biblioteca...
- Te cae?
- Sí, lo dejé en la cantina
- Ah chingá, perdón pero es tu pedo -le contesté-
- Ándale, acompañame por él y nos vamos juntos a nuestras casas...

Dije, pues va, chingue su madre, si todo mundo quiere con ella, no creo que se fije en éste pobre wey (cabe recordar que los lentes de contacto los empecé a usar hasta que ingresé a la universidad, un año después), y mucho menos en el estado que está.

Y ahí vamos rumbo a una de las cantinas de Los Remedios, la verdad el camino siempre me pareció largo, quizá porque yo no chupaba. Los Remedios era un conjunto de cantinas, pegaditas a la iglesia, en las que los baños eran unisex, y no tenían puertas, sólo una cortinita mal pedo. En fin, llegamos a la cantina, le regresaron su libro, y se sentó en una de esas mesitas de metal que tienen pintado el tablero de ajedrez, pues pidió una cubeta para ella y para mí.

- No chingues, yo no tomo
-le dije-
- Ándale, tómate unas conmigo, por el placer de estar juntos...

En ese momento me cuestioné: o está pendeja o de plano si está peda, cómo chingados quiere beber conmigo, si ya le dije que no me gusta la cerveza, y además, no le he dicho que ella me gusta (era de Tepis, la neta si le tenía algo de miedito). Total, qué podría pasar?, ahí estaban sus cuates, quizá más pedos que ella... Nos acabamos la cubeta, 3 ella, 3 yo, y decidimos salir de la cantina, pues era tarde y a esas horas, en esos entonces en Naucalpan, y yo sin haber amado, pues cómo que no...

Al caminar de regreso, sus cuates se perdieron, por lo que me pidió que los esperaramos, nos sentamos en una jardinera... y ahí mi vida cambió, en muchos sentidos.

Se sentó junto a mí, me abrazó, qué quiere ésta pinche loca -pensé-, lanzó la clásica pregunta:

- Tienes novia David?
- No, no ves que estoy re federal? -dije entre dientes-
- No eres feo...

Cada vez se acercaba más... Hasta que aplicó la chida:

- Qué harías si te beso?

Toda mi aburrida vida pasó por mi mente más rápido que en putiza, y cuando digo TODA, es TODA, y no por dárselas a desear. Nervioso, y temblando cual calaca, le conteste:

- Esteeeeeeeeeeeeeeeee, pues lo respondo, no?

No no no!!!, mi primer beso, la primera lengua de una mujer dentro de mi boca, la vieja más deseada del CCH y.... me supo a vómito!!!!!!

No dije nada, y nos seguimos besando hasta que llegaron sus amigos -15 minutos más tarde, pinches changos-, creo que mi nivel de asco iba disminuyendo con los minutos, la verdad la chavilla besaba chido. Se aventó otra chida:

- Quieres ser mi novio?

La verdad, sería muy pendejo haberle dicho que no, me ahorró todo el trabajo, jejeje

A partir de eso, empecé a beber, procurando que si beso a una chava, o la chava me besa, no exista ese sabor a vómito que traemos cuando la peda ya se pasó de rosca... ahí quiero llegar.

Algo tan natural que aprendí al entrar a la univerdidad, es que puedes chupar (o podías) tan a gusto, que hasta los mismos maestros siempre están en el desmadre. Mi primer día, no entré a mi última clase y me fuí de pedo con mis "nuevos amigos", ese primer día, también me fumé mi primer cigarro...

Ahora, gracias a esas primeras borracheras en la Facultad, puedo seguir viendo a mis amigos, y casi siempre las pláticas terminan en peda. Mención aparte el mentado "Día D" del año pasado....
Continuará....

Las Puertas del Foro Sol


Por Arturo J. Flores

Como bien definió el buen Isma en una borrachera de la cual no quiero (más bien, ya no puedo…) acordarme, el festival Vive Latino ha sido adoptado por nuestro cuate el Osito como “El día D”, es decir, “El día d…el Oso”.
Durante un año entero, nuestro héroe tacha en un calendario los días que restan para acudir al Foro Sol y ser partícipe de un desfile interminable de bandas, unas buenas y otras malas, pero sobre todo para dejarse bañar por un cauce generoso de alcohol.
Esta historia tuvo como escenario precisamente un festival Vive Latino al que el Oso acudió en compañía de su hoy esposa, además de un selecto grupo de amistades. Entre las bandas que aquel día derramarían su música en nuestros oídos figuraban Julieta Venegas (algo así como la musa inspiradora del Oso), además de Jarabe de Palo, déjenme darles una referencia: se llama Pau Donés y La Cuca, entre muchos otros.
A un costado del escenario, y este detalle resulta fundamental para la comprensión de la historia, se ubicaba una “M” enorme, para publicitar la marca de telefonía celular Movistar, una de las patrocinadoras del Vive Latino.
Sucedió que a la novia del Oso, hoy la dueña absoluta de sus quincenas, le chocaba que el referido personaje abusara en su consumo de alcohol, no sólo por los daños a la salud que el exquisito elíxir provoca y de los que todos los lectores y escribas de esta blog somos partícipes, sino por las actitudes desbocadas, irreverentes e hilarantes que todo buen borracho suele practicar estando bajo el hechizo de unas heladas chelas.
Así pues, el que esto escribe sabía que por tradición el Oso solía acompañarse de otros briagos de buen calibre en sus incursiones al Vive Latino, más no de su compañera sentimental para, en pocas palabras, no avergonzarla con su comportamiento etílico.
Fue entonces que, al verlo llegar, sobra decir que utilizando un impermeable amarillo que hacía lucir a nuestro amigo igual que una versión humana del a bola 1 del billar, en compañía de su novia, le susurré, discretamente:
—¿Cómo? ¿Entonces este año no vas a chupar?
A mi cabeza vino aquella célebre imagen en la que el Oso y yo nos arrodillamos en mitad de un apoteósico slam, un Vive Latino anterior, completamente borrachos (creo que ejecutamos un Johnny Walker entre los dos), mientras la gente se daba de caballazos a nuestro alrededor. En nuestra peda, nos sentimos parte de un ritual paganos en la que miles de cuerpo danzaban sin tocarnos y nosotros, con los brazos alzados al cielo, cantábamos junto a José Fors: “Quiero otro alcohol, más rocanrol y una hembra…”.
Todo parecía indicar que 365 días después la escena no se repetiría.
—¿Cómo? ¿Entonces este año no vas a chupar?
Mi frase hizo eco en el orgullo etílico del Oso, porque todo buen borracho es orgulloso y no soporta que nadie ponga en duda sus alcances y habilidades etílicas.
—¿¿¿¿No????— me respondió mi amigo, muy bajito para que no lo oyera su chava—¡¡¡¡Ya verás!!!!
Pasaron las horas y perdí de vista al Oso. Ocasionalmente me lo encontraba, yo con mi entonces pareja y él con la suya y sus cuates y efectivamente pude constatar cómo el nivel de desinhibición crecía en su voluminoso cuerpo, así como se veían embrutecidas sus capacidades vocales. Digamos que cada vez le resultaba más complicado pronunciar ciertas consonantes como la “rr”, la “s” y las compuestas como “pr”, “tr” y en particular, la palabra “cabrón” ya era completamente ininteligible al ser espetada por su boca.
A la par, el enojo de su novia crecía y crecía, lo cual era visible en sus brazos cruzados, su ceño fruncido y sus chapas coloradas.
Recuerdo que yo, también borracho, le dije al Oso:
—Güey… mejor ya no tomes.
Lo siguiente fueron como cuatro horas en que no lo vi más. Cada quien agarró su vuelo con las bandas que quería escuchar.
Seguimos bebiendo.
Al cabo de ese tiempo, serían ya las 9 de la noche del primer día de Vive Latino, recuerdo que le marqué al celular al Oso y sostuvimos la siguiente charla:
—¿Dónde estás?— le grité.
—¿Has visto la “M” de Movistar, junto al escenario?—me inquirió él, a su vez.
—Sí.
—Pues “eme” aquí.
Efectivamente, al desplazarme hasta el punto en cuestión, encontré a mi amigo. Estaba solo, sin novia y sin equilibrio, por no mencionar que sin dicción.
—¡No manches! ¿Dónde está tu chava?—le pregunté.
Entonces uno de los amigos que lo acompañaba me contó lo que sucedió:
“Su mujer le dijo que si no dejaba de tomar, ella se iba…”
—¿Y qué pasó?—pregunté, intrigado.
El amigo se sonrió y dijo:
—El Oso le respondió: ‘mi vida, las puertas del Foro Sol son aaaaanchas, aaaanchas…”.
Eso sí, me enteré después, por lo menos la acompañó hasta el metro.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Con los huevos en la hielera


Por Aguas Lodosas

Miguel y sus cuates de la oficina habían planeado irse de reven el viernes que coincidía con la quincena. Algunos querían ir a bailar, otros sólo tomar una copa y los más aventados irse de farra a un table en busca de emociones fuertes y mujeres dispuestas a todo.
El día indicado había llegado y entre ellos se ponían de acuerdo para saber donde pasarían su noche de ronda. La mayoría votó por ir al table y se aprestaron a divertirse durante una larga noche de copas y caricias furtivas.
Llegaron al antro en cuestión ubicado sobre avenida Insurgentes, por el rumbo de la glorieta. De entrada son 100 varitos de cover, el espacio es reducido y con poca iluminación. Los 5 oficinistas se acomodan en unas sillitas pequeñas, lo mismo que la mesa.
De inmediato los aborda un mesero, quien les dice ¿qué van a beber caballeros?
-“Nos podría mostrar la carta de vinos”, dijo uno de ellos.
-“Con gusto”, respondió el empleado.
-“Chale está carísimo”, dijo otro.
-“Sí pero ni modo, ya pagamos el cover”, le contestó uno de sus camaradas.
El pomo de Bacardí blanco les costó 985 pesotes ¡más iva! Se imaginan lo que cuesta un Henessy X.O. casi 5 mil del águila. Pero en fin la idea era pasarla chido, cueste lo que cueste.
Las chicas que se paseaban sólo con tanguita sobre sus acariciables cuerpos merodeaban por su mesa.
-¿Me invitas una copita corazón o me compras un boleto para un baile en el privado?
Más de una veintena de bellas nenas se contonean por los alfombrados pasillo, todas en busca de una presa con la suficiente lana para saborear sus caricias.
De pronto el anunciador exclama: “Ahora veremos en la pista a las chicas Sexy, tal como las vio en el programa de Adal Ramones o con René Franco, están sensacionales”. Gritaba a todo pulmón el locutor, y suben a la pista cuatro opulentas chicas a realizar su sensual baile en el tubo. Se contonean lúbricas, mientras se despojan de sus prendas. Los chiflidos y aullidos no se dejan esperar, la temperatura sube al instante en el lugar, el humo de los cigarrillos forma una densa niebla. Las chicas muy pronto quedan sólo en tanga, cuando una de ellas, de nombre Karen reta a dos valientes a subir. “A ver quienes son los dos más machos que quieren estar con nosotros para ser apapachados”.
Algunos se miran indecisos, otros como Miguel es lanzado al ruedo por sus compinches, y otro más se siente muy galán y también sube a dejarse querer por las ardientes hembras.
Ambos son sentados en unas sillas, en tanto las nenas los rodean, les acarician el cuello, luego el pecho, la espalda y las piernas. Otras los toman de las manos y las llevan a su espalda, los atan al tubo, mientras las otras dos los cachondean en serio, les muestran el prominente busto, les tocan la entrepierna, les quitan la corbata y desabotonan sus camisas, las caricias cada vez son más candentes.
Pero ellos han quedado firmemente sujetos al tubo.
Les bajan el cierre del pantalón y se los bajan, sólo quedan en sus coloridas truzas, pero lo siguen disfrutando.
-“Eso es pinche Miguel, demuéstrales que eres un garañón”. Le grita uno de sus cuates.
Ahora se les sientan una chica frente a cada chavo a horcajadas mientras se menean de atrás hacia delante simulando coito. Les estrujan el pecho con sus manos, les besan el torso y poco a poco bajan sus labios por el cuerpo de los incrédulos.
Se hincan ante ellos, jalan el resorte de su única prenda hacía adelante y miran hacia adentro para ver que armas portan. De pronto reciben de sus compañeras unas hieleras repletas y las vacían dentro de sus calzoncillos. La rechifla y carcajadas es general, las chicas les quitan las sillas para que se pongan de pie y todavía les propinan unas estruendosas nalgadas.
Miguel refleja en su rostro angustia y dolor, además unas ganas inmensas de soltar el llanto.
Por fin los desatan y les entregan sus prendas, ellos no saben para donde correr, quisieran se los tragara el entarimado, pero soportan el escarnio general y se visten.
Cuando Miguel llega a su mesa, le dice uno de sus compas. “Ya ves lo que te pasa por pinche caliente”.
En tanto el agraviado responde, “vete a la chingada que yo ya me voy a mi casa”. Y salió mientras toda la bola de cabrones le gritaba “cuuulero, cuuulero”.
s dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona

Pavo...rosa Navidad

Por JAR
Miércoles 23 de diciembre de 1998. Como cada año, Mayito tenía en sus manos el tan esperado pavo navideño que llevaría a casa de su mamá para ser rellenado y puesto en el horno. Pero el reportero de espectáculos no sabía que antes tendría que enfrentarse a una gran cruda moral.
La tarde de ese día que se quedó guardado en la memoria de nuestro protagonista acordó reunirse con “Chelico” y uno más que pedote que ambos para brindar por una “dulce Navidad”, por ello se citaron a las 15:00 horas en lo que hasta ese momento era su refugio etílico: “La Gruta”.
Al llegar al lugar, donde ya lo esperaban sus compañeros de oficio, fue interrogado por estos ya que sin más, entro al centro de recreación visual, perdón, social, con una caja donde claramente se leía: “Pavos Parson”.
- ¿Y esa pinche caja mi buen. Vas a cambiarlo por unos tragos?, preguntó “Chelico”.
- ¡Ni madres!, es el pavo que siempre le doy a mi madre para la cena del 24, advirtió Mayito.
Así, dejó la caja blanca con azul en el piso, pero eso sí, sin perder de vista su regalote.
Las horas pasaron y el alcohol llegó a la sangre de los etílicos personajes hasta que la parranda fue cortada por una bella mesera quien dijo sería la última ronda, “cerramos en media hora”.
Para entonces, Mayito comenzó a cobrar cierto aprecio por los restos del pavo que yacía dentro de la caja, al grado tal que parecería quererlo sacar para quitarle el frío.
- Ya deja a ese pinche pavo carnal, no se va a ir, aseveró “Chelico”.
Pero a Mayito no le importaban las burlas, sólo quería que su nuevo amigo no fuera tomado como materia de escarnio.
Al pagar el consumo, salieron de “La Gruta” y abordaron el automóvil del más pedote.
- Vamonous a otrou lado chinga, apenas se le entendía a “Chelico”
- ¡Puto el último!, dijo Mayito con la finura que le caracteriza.
Así, “el trío de tres” acudieron a un centro de persuasión, perdón perdición.
En el conocido “Veracruz”, Mayito mostraba sus mejores pasos en la pista, al tiempo que “Chelico” mantenía el codo empinado junto al más pedote. ¿Y el pavo?, efectivamente, ese pobre personaje también estaba entre las dueñas de la noche y los borrachotes. Mayito no quiso que se quedara en la cajuela del Tsuru, lo deseaba a su lado.
Y llegó la madrugada de 24, pasaba de las 03:00 horas. Mayito estaba cansado, “Chelito” y el más pedote, en plena fiesta, y el pavo emputadísimo porque no lo dejaban dormir en paz.
Tras el pago de la respectiva cuentota, el más pedote llevó a “Chelico” a su hogar, enclavado en plena Santa María la Ratera, ¿o es La Rivera? A la puerta de su domicilio, “Chelico” le dijo a Mayito que se fuera con cuidado (no era el nombre del pavo) y que dejara a su nuevo amigo con el más pedote, pero su grado etílico era tal que no entendía de razones, tan es así que por poco saca a la pobremente célebre ave de granja para darle un abrazo fraternal.
Tras ese penoso descontrol, el más pedote acudió a La Villa, pero no a jurar, sino a dejar que Mayito abordara su acostumbrado taxi que lo conducía de ese sacrosanto lugar hasta San Juan de Aragón, donde vivía con su Mamá.
- Cabrón, ya estás muy pedo, déjame a tu pinche amigo y mañana te lo doy, porque o te rompen la madre por ese culero o te duermes, que ni te gusta, y te bajas sin el pendejo ese, no me refiero al chofer, comentó el más pedote.
- ¡Ni madres!, ese cabrón llegó conmigo y conmigo se va, respondió Mayito, de plano estaba muy pedo.

La cruda

Mayito despertó en su camita, la cabeza le dolía. Entre la cruda recordó a su nuevo amigo por lo que volteó a su derecha para saber cómo había amanecido, pero no estaba a su lado.
Ante ello, el nerviosismo lo invadió, por lo que de rodillas se fijó debajo de la cama, tampoco se ocultó ahí.
Caminó a la sala para revisar el “refri”, ¡ni madres!, la tensión ya era enorme.
Fue así que telefoneó a “Chelico”:
- ¿Qué pasó, cabrón. Oye sabes dónde dejé el pavo?
- No mames, cabrón, te dije que se lo dejaras a ese wey (escrito como lo pronuncia). Márcale para ver qué pasó.
Para ese momento, el más pedote se la curaba en la redacción de La Extra:
- Qué pez, hacía como 20 tragos que no te escuchaba.
- No mames, cabrón, ¿oye sabrás dónde deje el pinche pavo?
- No chingues, te lo dije pendejito, por que no lo dejaste en el carro, eres un necio, seguramente te dormiste y te dieron vajilla.
- Pues quién sabe, a ver que chingados hago, luego te llamo.
Luego de pensarlo un rato no le quedó otra que darle la cara a su Mamá:
- Oye, ¿te acuerdas que te prometí un pavo?
- Pues sí, ¿por qué?
- Pues este año no habrá.
- Porqué
- Pues la verdad es que si me lo dieron en el periódico, pero no sé dónde quedó.
- ¡Cómo que no, cabrón así llegaste en la madrugada, no podías ni meter la llave en la chapa que tuve que abrirte la puerta y lo primero que hiciste fue darme el pavo!
- ¿En serio…?
Efectivamente, ese compañero de la noche, el cadáver se su amigo yacía en el único lugar de la casa que no busco: la cocina. Relleno y con un agradable olor que ya se desprendía de entre el calor de las llamas, el pavo ya estaba en el horno.

lunes, 25 de febrero de 2008

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona


EL TORVIC Y SU DESENCUENTRO CON DILLINGER

Por Aguas Lodosas

Víctor Corona desde muy morro fue bueno pa’l patín y el trompón, los más gallones del barrio lo respetaban desde muy chavo porque no se abría de capa y muy pronto encabezó una palomilla de puro cábula entrón, que a su vez estaba relacionada con las banditas de lacras de todo Tizapán y de otros barrios más lejanos, de donde llegaban no sólo ñeros vaguillos y valemadres, sino delincuentes de las grandes ligas.
Me tocó estar con él en la secundaria 68 de Tlacopac, muy cerca de San Ángel, y vi como ahí también movía tropa y por igual lo respetaban. El Torvic o El Corona como lo conocía la mayoría de la banda, era espigado, piel blanca, pelo castaño, sus ojos eran claros, eso sí, bien despiertos y vivaces aún en la pachequez, pues también desde jovenazo le gustó “quemarle los pies a Cuauhtémoc”.
Por su parte El Tony era un poco más bajo de estatura, de tez morena, pelo oscuro y quebrado, algunas chavas del barrio lo consideraban “carita” y se enredó con varias de ellas, dejándoles un recuerdito para toda la vida. Se trataba de un vale tranquilo, que difícilmente se metía con alguien sin que no hubiera motivo, más bien era callado y respetuoso, pero llevaba, como dicen, “la música por dentro”. No sé porque artes, generalmente andaba con el fogón escondido, y si lo buscaban lo encontraban.
El Tony ya tenía algunos antecedentes que hacía que la banda pintara su raya con él, se aseguraba que le había volado un cachito de oreja un ñero en la 2 de Abril y se corrió tiempo después el rumor, que había tenido que ver en la muerte del Mostrú en el Jardín del arte de San Ángel. Por lo que el mismo Corona lo había apodado Dillinger, como aquel legendario gangster de Chicago, contemporáneo del temible Al Capone.
Al Tony también le encantaba la yerbita vaciladora y tomarse sus tragos, aunque para esto último era más reservado, pero cuando se cruzaba también se ponía loquito y gritaba eufórico durante un buen rato y sus gritos se escuchaban a dos o tres cuadras de distancia.
Pues estos dos vales en su ir y venir cotidiano empezaron a tener fricciones por razones poco conocidas, que quizá pudo haber sido por sus caracteres encontrados o porque simplemente no se caían del todo bien, a pesar de que seguido se les veía entre la banda de hasta de más de diez fumadores. Pero una noche en la tercera privada del barrio de Loreto terminaron aventándose un tiro y el Torvic le puso una madriza al Tony, que lo mandó una semanita encamado en casa, o por lo menos no se le vio por varios días.
Pero el Dillinger, más que tranquilo era un tipo duro y de sangre fría, que no olvidaba las afrentas tan fácil.
Un sábado de julio, de fines de los 80. Se celebraban en la cancha de fut de Loreto los acostumbrados encuentros deportivos. El Torvic andaba hasta la madre y ensillado, cosa rara pues a pesar de ponerle chido a tocho casi siempre se le veía guardando la compostura. Andaba entre otros con su vieja la Julia, una mujer rechoncha de toscos modales y lenguaje agresivo, siempre retadora a sabiendas que tenía el respaldo de su machín.
El Tony también merodeaba por las tribunas del campo con su pequeña hija. El Corona lo picudeó ante la tensión de los presentes que sabían que ambos ya traían pique casado. Víctor lo insultó. “Orale hijo de su pinche madre vamos a aventarnos un tiro”. El Tony sólo lo miraba con rencor y tomando de la mano a su niña. “Ora cabrón, vaya y deje a su chavita, no sea puto”. Se encararon y le dijo el Víctor con un patín en las nalgas. “Vaya por lo suyo y aquí lo espero”.
El Tony salió masticando su rabia por la pequeña puerta del campo que daba al río, donde tenía su casa. Luego de unos minutos regresó solo y lo retó a saltar dentro de la cancha. “¡Ora cabrón ya estoy aquí, vamos a darnos en la madre!” Y el Víctor saltó la alambrada que dividía al campo de las tribunas, Dillinger hizo lo mismo. La Julia siguió a su hombre angustiada a sabiendas que se respiraba ya la tragedia.
El juego se interrumpió ante los gritos y el asomo de las fuscas, los jugadores se miraban impávidos. Los dos ñeros se enfrentaron muy cerca del centro del campo, se insultaron y cada vez se acercaban más. La Julia quiso detener al decidido Dillinger, sabedora de su peligrosidad, pero fue rechazada de un jalón. Se trenzaron en un abrazo los contendientes, forcejearon y gritaron. Todos en las bancas, callados, sabían que alguien saldría muerto o mal herido. Paco y Fernando, hermanos del Torvic contemplaban desde tribunas, ninguno lo quiso detener, sabían que era inútil intentarlo, a pesar de que eran mayores que él.
Los contrincantes cayeron sobre el polvo y sonaron dos o tres disparos secos… El Dillinger se levantó, sacudió el polvo de su ropa, quitó el arma al agonizante y salió con toda tranquilidad por donde había entrado. Todos quedamos perplejos, el silencio taladraba el aire denso y plomizo, pronto todos los asistentes salieron consternados y murmurando. La muerte rondaba con su manto de horror sobre la sangre tibia.
Dillinger huyó, y cuentan que ahora vive como ermitaño en un lugar del Estado de México, irreconocible, carcomido por los recuerdos, miserable de espíritu y existencia.

EDDIE... EDDIE




Por Arthur Alan Gore



Desafinado. Con un inglés que suena igual que si un ogro me hablara al oído con la boca llena.
Así se escucha mi vecino de concierto, en el Foro Sol.
Por si fuera poco, me tengo que aguantar sus caballazos, porque seguramente, en su imaginación, él está aquí, a mi lado, sino sobre el escenario, tocando su guitarra de aire con la misma destreza que Janick Gers, Adrian Smith y Dave Murria lo hace con las suyas, de a de veras.
¡Pero qué importa!
Seguro mis agudos le han de sonar igual de chirriantes a mi vecino que una puerta malaceitada y el girar de mi greña, emulando a los molinos de don quijote, le ha de estar haciendo cosquillas en la nariz.
Lo que interesa es que lo logramos. Aquí estamos el Isma, su sobrino, el Gonzo, el Daniel y el Cake.
Sobre en entarimado las luces se ponen rojas y en consecuencia, cuando volteo para contemplar con agrado como a mis espaldas 55 mil heavy metaleros del color de la tierra se apretujan, saltan y se desgañitan igual que mi vecino, sus rostros están empapados de luz color sangre.
Entonces entre el rojo de la iluminación y el negro de nuestras camisetas llegamos a la conclusión de que sólo esos colores nos gustan, entre los siete del arcoiris.
Bruce Dickinson está cantando The number of the beast y como una afirmación de lo que esta nueva visita de Iron Maiden significa, nos espeta en la cara: “I’m coming back, I will return...” para después sencillamente dejárnosla ir con todo y anunciarnos que nuestras almas ya son propiedad exclusiva del Demonio: “And I'll possess your body and I'll make you burn...”.
A m memoria regresan aquellos cartelones que los cristianos solían pegar cerca del metro C.U., cuando estudiaba en la Facultad de Ciencias Políticas y que como encabezado tenían: “100 mil jóvenes al encuentro del Resucitado...”.
Nosotros seremos únicamente la mitad, pero me enorgullece ser uno de los 55 mil, jóvenes y viejos por igual, que vienen al encuentro con la Bestia.
De hecho, hace unos segundos que el Cake me dio un codazo y me dijo: “¿Ya viste a esos ñores? Así vamos a andar en algunos años...”.
Y sí. Se trata de dos venerables cabecitas blancas con sendas barrigotas, que por momentos parecen reventar los Eddies de Iron Maiden en los estampados de sus playeras. Pero no por eso dejan de gritar, igual que el resto: “666... The number of the Beast. Sacrifice is going on tonight”.
El Daniel, grita eufórico: “Ya no sé si gritar, llorar, reír o aplaudir”.
Gonzo no es menos explícito: “Escucha esas guitarras, son la perfección total”.
En eso aparece el Chico Migraña, todavía disfrazado de jefe de prensa de OCESA y nos sablea un trago de cerveza. Después la escupe al cielo, bañando por completo a la palomilla.
No nos queda sino reírnos.
El sonido no es el mejor, aunque se aclara a con cada canción. No así nuestras gargantas, que para cuando llega el momento de corear un glorioso Heaven can wait o el ya monumental coro, encima de las armonías de guitarra, de Fear of the dark, ya no hacen sino salir algo que parecen los pujidos eróticos de la pata Daisy, mientras se la coge el Pato Donald.
“Cada rola la oigo mejor, ¿será que ya le ajustaron o que cada vez estoy más pedo?”, dice el Isma, en cuya pelona se reflejan los monumentales reflectores del Foro Sol.
“Chale, cómo no traigo mata”, se reclama a sí mismo su sobrino, quien ya debe haberse zafado dos vértebras con tanto sacudir la cabeza.
En el escenario, Dickinson salta por todos lados, repta, provoca y zarandea. Hace de las masa una gelatina con la que se bate y se embarra.
Entonces, durante la interpretación de Iron Maiden, por el costado izquierdo aparece un robot de tres metros con el rostro de Eddie y el público se vuelve loco. Hay quienes no pueden contener una lágrima y le rinden sus respetos al diablo. Eddie es, para los metaleros, lo que Barney para los niños. Es la botarga con la cual crecimos, nos deshicimos los tímpanos a guitarrazos y nos volvimos adultos.
Dos horas después y cuando Hallowed be thy name, la última rola ha terminado, el Isama tiene una idea que desde ya se convertirá en nuestro nuevo grito de guerra.
“¿Qué les parece si para los comentarios preliminares del concierto... nos compramos un SIX.. SIX SIX?????”.












El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona



También tengo uno personal: La Tormenta Negra

sábado, 23 de febrero de 2008

Dos chelas por seno…

Por Cuchoelroto

Tengo la certeza de que estaba pedo porque cuando eso pasa la lengua se me escurre por sus senos como sol de semana santa, o sea desde lo alto y en caliente. Qué raro, pensé, si no es tan tarde, apenas han pasado tres cuartos de pomo desde que llegamos, ¿o fue más? ¿O será que tomar desde la mañana acelera la borrachera nocturna? En fin, suspiré sin sentirlo, seguí chupándole los pezones a esa mujer de rasgos indígenas y cuerpo de Elsa Aguirre, que en honor a la verdad no eran tales, sino tostones, grandototes, pero de aquellos de plata, que usaban los abuelos, de esos que cuando reposaban en sus manos, luego de un volado, el penacho del Moctezuma caia desplumado. Pero número uno, si sigo así, seguro querré pagarle como a fichera…

En esas estaba como decía el Santos cuando caí en cuenta que, no estaba pedo, estaba hasta mi chingada madre de pedo. Pero número dos, ay este hígado mío, tengo que cambiarlo por uno de mayor octanaje…

Y decidí en ese instante que debíamos pedir otra ronda, de qué si ya no hay nada. ¿Cómo?, por allí se escuchó un chillido, mejor vamos con las putas de la Merced. Mira si andaba borracho. Esas pirujillas ‘tan muy rancias, se escuchó por otro lado; además, terció el tercero en discordia, estamos en Acapulco.

Claro, mejor vamos al Tabares, al Chicas o a cualquier otro pinche sitio que tenga mejor vista. Y mejores tetas qué ofrecer, reconocí en voz medio baja. Ya era tardesón, pero el chiste era seguir chupando, prefiero beber lo que se debe y chupar lo que también. Entre sapos marca apache y tambaleos nos dirigimos a nuestro destino.

…Zzzzz… Orale cabrón ya despiértate ya llegamos. Y allí estaba yo de espaldas a esos grandes bastardos que en las noches son cadeneros y por las mañanas le agarran las nalgas a las turistas trepadas en el parachute. Una vez franqueada esa aduana, el paraíso: carnes, pieles, humores de alcohol adulterado, a humo de hielo seco con aroma de cereza, de entrepiernas sudadas y perfumes baratos. Pero número tres, la música restregaba mi cerebro a ritmo de punchis, punchis.

El animador invitaba y arengaba sin cesar a los parroquianos, o para estar a tono teibolerianos. Uno de mis fraternos hizo escala en el baño, otro me rozó la mano y de inmediato me aparté, luego me explicaría que le da miedo la oscuridad, acepté eso como disculpa, pero igual me senté del otro lado de la mesita.

Esquivamos a superhéroes y otros personajes que, ahora lo sé, se dedican a otros oficios para subsistir: Superman, Hombre Araña, Galáctico…

Solícito, un Chavo del Ocho Patinador, nos invitó lo mejor de su cava. No mames, dije, a mí tráeme una chela. Allí sí empezó lo bueno:

Subió Magda o Brithany o Kimberly o quien quiera que se haya subido al escenario. Recuerdo muy poco de esa noche, apenas un puñado de postales alumbradas por el brillo de los tacones de Drag Queen y las dentaduras azulosas, metidas como agüevo en caras quemadas por el sol. Pero número tres, la oscuridad me marea más. Su senos eran tan grandes que tardé en recorrerlos sendas chelas; esa noche estaba reglando, lo supe por esa combinación de sangre con benzal. Su coño era tan prodigioso que hablaba en una lengua extraña que casualmente yo conozco muy bien, la piel era tan tersa como la de los sueños, ah, y tiene una mano muy pesada…

Esa vez aprendí varias cosas: A las teiboleras no les gusta que les llamen putas, ni que las invoques por su verdadero nombre, —la que me bailó en el privado se llamaba Ifigenia—, y tampoco le gustó que le metiera el dedo por el ano. Mira si es pudorosa la niña, espero que cuando crezca no vuelva a sentir ascos.


Echate un clavado en el blog http://puratintapura.blogspot.com/

jueves, 21 de febrero de 2008

Chín Chún Chán


Por Jacinto Cenobio

Aquella fría mañana el Chín Chún Chán se había despertado en su viejo catre con una espantosa cruda de alcohol, mota y chochos, en la boca sentía el sabor espeso que deja un pasón multidrogas.
Abrió los parpados y quería no ser él, era como un alma en el purgatorio, revolcándose en su jugo rancio, pestilente a mota. Llevaba dos días sin bañarse y el pelo parecía embadurnado en miel. Las moscas preferían hurgar en la basura que en la humanidad del Chín…
Se levantó y quiso tomar agua. “¿Pero y si me carga la chingada? No mejor al rato compro una anforita de plástico de León Negro”. Que no era otra cosa que alcohol barato que entre la banda llamamos “mataratas”.
Se puso un raído short y su tenis viejos, cruzó el patio entre tendederos y perros famélicos. Se inclinó ante el lavadero y de la pileta sacó agua con una jícara y se empapó la cabeza y la cara, algunas gotas de agua fría escurrieron por su espina dorsal y sintió calosfríos que hicieron renegar de sus excesos. “¡Puta madre, me pasé de tocho!” Refunfuñó temblando.
Poco sabíamos de la vida del Chín Chún Chán, ignorábamos si era casado, divorciado, viudo o soltero, Su edad rondaba entre los 28 y 30 abriles. Era delgado, de estatura regular, tez morena y unas marcadas ojeras, propias de quienes llevan una vida desenfrenada.
Aquel día no sabía pa’donde jalar, al cuartucho del Pantera, al del Pericocha o a la calle Hidalgo, en Tizapán, o ver si encontraba a alguien en las privadas de Loreto, en cualquiera de estos lares sabía le ofrecerían una bacha, una chela o un tanguarnís para capotear la pinche cruda que le helaba las tripas.
Del rumbo del Pedregal de Santo Domingo se enfiló hacía Loreto caminando pues no traía ni un clavo en el bolsillo del mugroso pantalón de mezcla. Llegando a Loreto sólo encontró al Cacay, otro cábula que le encantaba el vicio y el desmadre. “Que tranza güey, bienes bien jodido”, le dijo éste. “Sí cabrón, anoche me puse hasta la madre y ando de la chingada, cúrala no”.
-“Chale, no mames sólo me alcanza para una chelita”.
-“No importa güey, aliviana al erizo”.
-“Hijo de tu pinche madre, hasta cuando vas a entender. Hora, vamos con El Vecino para que te la cures”.
-“Chido cabrón, luego yo te aliviano”.
-“!Qué me vas a alivianar tú, cabrón atascado!”
-“Oye no traes una pinche bachita para completar mi aliviane”.
-“Chale, todo quieres. No, no tengo, pero vamos a ver al Pericocha, ese cabrón sí está cargado de café, ahorita le caemos”.
Camellaron hacia la vecindad del Peri, por Altamirano frente a la fábrica de papel, que más arriba se convierte en la Ferrocarril, pasando la 2 de Abril se hallaba la covacha del Peri, donde le caían toda la broza de pachecos, chemos o chocolateros. El cielo era turbio, nubes grises asomaban detrás de la sierra del Ajusco, la escarchita se hacía sentir y hacía más gélido el panorama del Chín Chún Chán.
Le chiflaron al Peri y no tardó en asomarse con los cachetes inflados por el humo del café. Les hizo una seña con el brazo para que pasaran.
“Mira ese cabrón ya le está poniendo y uno sufriendo por una bachita”, dijo el Chín…
“Te dije que está cargado, hace poco compró el guato, haber si se discute”, contestó El Cacay.
“El humo de olorosos cigarrillos en espirales se elevaba al cielo…! Diría el recordado poeta Guillermo Aguirre, ese de El brindis del bohemio.
“Ohh ya vienen a chingar tan temprano pinches putos”, Dijo El Pericocha, sentado en un desvencijado sillón.
“Chale güey, no se pase de lanza, todavía que lo venimos a acompañar”.
“Mejor sáquense a la chingada, tan bien que estaba”.
El Cacay sólo emitió una leve carcajada y al Chín… se le quemaban las habas por darse un jalón de mostaza, y le dijo.
“Ya culero, corre un toque”. Le replicaba el Chín… mientras le daba una patadita en la planta de los pies.
El Peri sólo se le quedó viendo unos segundos, sonrió y le extendió la mano con el humeante churro de papel arroz.
El crudelio tomó con delicadeza el pitillo, lo acercó a los labios, cerró los parpados, aspiró profundo y sintió que se elevaba sobre la podredumbre que lo asfixiaba y lo reconfortaba a la vez.
-¡Orale hijo de tu pinche madre! Es de toque rol”, le gritó El Cacay, al tiempo que le daba un zape por la espalda.
El transcurso de la mañana fue de risitas estúpidas, ojos rasgados y cargados de carmín. Se miraban unos a otros y esbozaban sonrisas huecas y relamían sus labios secos para ablandarlos, luego de la hoguera de cannabis que los doró toda la mañana hasta pasado el mediodía.
De los cuartos altos de la vecindad surgió un grito femenino.
-“!Pedro no vas a subir a comer!” ,
- “Sí, ya voy jefa, aguántame”, le respondió El Peri…
-“Yo ya me voy”, dijo El Camay y se pintó de colores.
-“Oye Pericocha me puedo quedar clavado en tu cama”, pidió de favor El Chín…
-“Chale, pu’s ya quédate güey, no hay pedo, yo bajo en un ratón nomás trago”.
-“Por ahí te traes un taco ¿no?”
-“Chale pinche chango gaviota”, dijo El Peri y salió.
El Chín Chún Chán, se tapó con una sábana percudida y se quedó jetón.
Luego de un rato sonaron varios plomazos en la parte baja de la vecindad y salieron corriendo como diablos dos cabrones. De momentos sólo algunos rostros se asomaron y luego salió todo el vecindario al patio.
En el cuarto del Pericocha se habían tronado al Chín… Quedó en la cama de su valedor desangrándose. Los Jarochos querían tronar al Pericocha, pues se los había llevado al baile con un guato de mota y eso, entre la broza se paga con la vida. Luego atoraron al Pedro y se fue a chingar un rato a Lecumberri de donde salió luego de unos años de hacer fajina y a la fecha sigue fumando café por el rumbo de San Bernabé.





El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona

miércoles, 20 de febrero de 2008

El Cobra


Por Arturo J. Flores

—Cobra, ¡sácame esta pinche mesa de aquí!
El Cobra era un tipo rudo, que a leguas se notaba que no se andaba con medias tintas.
El Gonzo, el Daniel, el Chucho, La Lore, La Lucy y yo —porque en el Chopo si no le antepones un artículo a tu apodo, éste formalmente no es un apodo y con el artículo incluso los nombres propios se convierten en apodos— solíamos acudir puntualmente, todos los sábados, a chupar en un changarro de quesadillas que se encontraba en la entraa del tianguis.
Ahí conocimos al Cobra.
Tendría unos 25 años, medía un metro con ochenta centímetros aproximadamente, y su voz era aguardientosa, como si a diario hiciera gárgaras con vidrio molido.
El Cobra era uno de tantos entre quienes nos apretujábamos en un local mugroso de 5 metros cuadrados, rindiendo culto a una rocola en cuyo vientre convivían los mismo discos de Cannibal Corpse que de Paquita la del Barrio.
Ese lugar era conocido como Las Quecas del Chopo.
Las Quecas era regenteado por una venerable y brava anciana que tenía cuatro nietas. Una de ellas estaba de muy buen ver. Las muchachas se ubicaban una en cada esquina del reducido antro y con buen buena coordinación eran capaces de despachar las caguamas y cobrar las cuentas.
Su abuela, quien además ponía los pambazos en el comal, era una mujer de armas tomar. En más de una ocasión la vimos tomar por las púas a un punketo que pretendía pasarse de listo e irse sin pagar, para, después de tomarla por el cuello como si de la abuela de Rambo se tratara y lanzarlo a la calle. Lo mismo hizo con metaleros, góticos, skatos y jipitecas.
El Cobra era algo así como su mano derecha.
El día que lo conocimos, la Doña –porque ni siquiera la dueña se salvaba de poseer un apodo con artículo antepuesto– le ordenó que sacara una mesa a la calle, porque estorbaba para que el local pudiera albergar más borrachos.
—Cobra, ¡sácame esta pinche mesa de aquí!
El Cobra obedeció, pero sin soltar el cigarro que se estaba fumando.
Al final, el Marlboro terminó estorbándole, porque mientras él sostenía la mesa con ambas manos, el humo se le iba directo a los ojos.
Pensé que lo escupiría, pero no. El Cobra optó por tragárselo, así como estaba, prendido.
No sacó humo, ni hizo algún gesto de dolor.
Se lo tragó y sonrió, como un dragón con la panza llena.
Entonces puso la mesa en la calle.
En otra ocasión le dijo a Daniel y a Gonzo, que se habían quedado después de que El Chucho, La Lucy, La Lorena y El Arturo –o sea, yo– nos habíamos ido de Las Quecas, que le prestaran diez varos para comprarse otra chela, porque aunque fuera su hombre de confianza, no por eso La Doña le iba a regalar los tragos.
–Ya no traemos –respondieron mis amigos.
El Cobra les dijo, con una sonrisa medio torcida:
–Está bien, pero si los veo tomando al rato, los mato. Si no, entonces ya somos amigos.
Sobra decir que regresamos a beber muchos sábados más en Las Quecas y Gonzo y Daniel lo hicieron sanos y salvos y con El Cobra como amigo.
Incluso conocimos a otros ilustres personajes choperos, como El Quemado y su novia, a quien, por cierto, le pusimos La Vieja del Quemado. El Quemado tenía el lado derecho de la cara desfigurado, como si le hubieran vertido ácido. Se dedicaba a vender mariguana. La Vieja del Quemado era una diosa, una auténtica belleza, que inexplicablemente cacheteaba las banquetas por su Quasimodo de Notre Dame de la Guerrero.
Una vez iba yo a entrar a la letrina asquerosa que el resquicio underground con aspiraciones de bar tenía al fondo.
Un tipo me dijo:
–Pídele permiso al Cobra, porque si no te saca.
Otro desconocido se rió de la advertencia.
Entonces, la puerta del baño se abrió con violencia y vimos volar un cuerpo desde su interior hasta el centro del local, donde entre diez nos rolábamos una misma caguama.
El Cobra era bueno para sacar mesas, borrachos y gente que no le pidiera permiso.
La última vez que lo vimos el Cobra ya no utilizada camisetas con estampados de calaveras. Tenía puesta una camisa formal y se había cortado el cabello.
Se acercó a platicar con nosotros.
No recuerdo cómo, pero en medio de la charla, El Daniel, ya pedo, lo albureó.
Todos guardamos silencio, esperando a recoger los restos mortales de nuestro amigo.
Ni siquiera la rockola quería hablar.
El Cobra se quedó quiero durante dos o tres segundos en los que clarito pude ver cómo los testículos de Daniel habían ascendido hasta su garganta.
Después, el matón se botó de la risa.
El Cobra era un tipo rudo, pero de buen corazón.