sábado, 26 de julio de 2008

El chupar y beber no es igual...

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona

No recuerdo cuando chupé por primera vez, estaba demasiado entretenido en chupar con Roxi, como para reparar en que esa sería mi primera borrachera... er, mmm, un momento, chupar y beber no son lo mismo, todo mundo lo sabe... me explico: En sentido estricto sí tomé y chupé al mismo tiempo, y es que le vacié —en un acto estrictamente luminoso— una chela a la Roxi. aclaro que estaba en la secundaria —Esc Sec Xicotencatl N0. 14, ejem, perdón por el ejercicio de memoria involuntaria—, ah sí y decía que le tiré —si también casi me la tiré, porque lo que sea de cada quién, la Roxi estaba súperbuena, bueno en realidad, nomás estaba buena, o para ser más exacto, tenía lo suyo; jejeje, no, no es cierto, a mi me gustaban sus grandes tetas, redondas, de piel blanquecina, vírgenes de lenguetazos, los lunares, y no se digan los pezones...

Pero ya me desvié un poquito, mejor sigo contanto cómo le derramé una Carta Blanca bien fría en su cuello y las tetas se le mojaron. Allí entra la duda de nuevo: chupar y beber si pero no son lo mismo... bueno ya, le mamé las tetas, de pezones —¿así se escribe pezones o es con s?—, decía que sus mielosos/agrios pezones estaban parados por el frío... oh qué la chigada, bueno ya, y luego le mamé el coño lleno de cerveza y sabor a miados tiernos, y así chupé y bebí la primera vez... ah, y ni siquiera me emborraché.

Qué cabrones, a poco su primera vez sí estuvo chida... ¿les cae?, no mamen.

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viernes, 21 de marzo de 2008

"La Vencedora", pulcata de época y de poca...

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neuronaPor Aguas Lodosas

En una de las entregas recientes hablamos sobre algunas pulquerías como la “Voy de pasada”, mejor conocida por los rumbos de Tizapán como “El Potro” y “El Bataclán”, ejemplo de buenas pulquerías donde se la pasaban a toda madre obreros, ñeros y albañiles, todos en singular comunión por nuestra adorada Mayahuel.
Ahora les hablaré de “La Vencedora”, ubicada en un angosto y cortito callejón en el pueblo de La Magdalena Contreras de esta ciudad, justo antes de llegar a La Cañada que es el inicio de la subida al Parque Nacional de Los Dinamos.
Que chido era llegar a ese paraje natural, fresco, rodeado de bosque, de trinos bellos como los del zenzontle, cardenales, calandrias y primaveras, además del murmullo del único río “vivo” de la capirucha: el Río de La Magdalena.
Bien, llegar a ese remanso era como una bella excursión, una grata experiencia que debía desembocar sin remedio en “La Vence”, pulcata atendida por dos jóvenes hermanos como “El Charro” y “El Güero”, y que de inmediato cuando veían entrar a la banda del barrio nos saludaban de buen agrado y de inmediato ofrecían “la probada” de los curados del día, que eran como cinco o seis de diferente sabor, aunque no podía faltar el de jitomate y el de avena, esos eran de rigor.
El local era amplio, quizá unos 70 metros cuadrados, otras apenas eran de 30 o menos. A un costado de la entrada el departamento de mujeres y entrando a la izquierda la barra que también era amplia y donde se mostraban los grandes vitroleros sobre unas tinas con hielo para que se conservara fresco el llamado “néctar de los dioses”, con sus vividos colores, el de jitomate, rojo; el de piña, amarillo; el de apio, verde; o el de mandarina con un tono anaranjado encendido; el de avena como rompope y el de piñón medio rosadito. ¡Todos estaban de rechupete! No había alguno gacho y no sabíamos de cual pedir, pero generalmente empezábamos con el de jitomate que era el más fresco y reconfortante. Lo servían en cubetas de cuatro litros y pedíamos de dos a tres cubetas, no’más pa’empezar y luego degustábamos de otros sabores, pues había que probar de varios, aunque luego se acababa el varo, pero “El Güero” y “El Charro” eran bien alivianados y nos echaban vale para seguir consumiendo “melón”, -otra manera de referirse al pulque-. ¡Total, luego pagamos!
Nos atascábamos de “magüeyín” hasta casi reventar, entonces fraguábamos el obligado desempance, o sea un “fuerte” para mitigar ese abotagamiento que produce el exceso de pulque en el estomago, pero que provoca unas “cruzadas” de la chingada y al ratito ya andábamos viendo no a Mayahuel sino al mismito chamuco.
Obvio que la desaparecida “Vencedora” contaba con su altarcito a la Guadalupana con sus foquitos de colores, algunos cuadros al óleo en sus paredes, entre los que destacaba uno con un campesino sombrerudo bebiendo aguamiel en una penca de magüey medio doblada a lo largo entre ambas manos para hacer una oquedad en la penca. Y remataba el cuadro la siguiente frase: “Agua de las verdes matas,/ tú me hieres,/ tú me matas,/ tú me haces andar a gatas…”
En estos días de Semana Santa cómo me acuerdo de esas visitas a “La Vence”, pues sube mucha gente a visitar esos lindos parajes del río y mojarse la barriga con un buen tlamapa, allí con “El Güero” y “El Charro”. ¡Cómo diablos se extrañan esos días!

jueves, 20 de marzo de 2008

Panchucho

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona

Cuchoelroto

Conocí al Francisco de Jesús Sinnombre en una esquina de Garibaldi, allá por los noventa. El que escribe trabajaba en el Salón Q; sí ese mero, el que está sobre Reforma y que ahora es un muladar que nadie quiere comprar. Ser mesero no es tan matado, y menos cuando lo haces en un antro/bar/salón de baile. Siempre tendrás un trago que aligere la noche.

Para llegar a la Plaza de los mariachis, hay que pasar por las callejuelas de miseria que la rodean. Allí siempre encontraba a ese cabrón de tres dientes conocido como Pancho de Jesús, medio loco, medio chamán, adivinador de oficio y brujo venido a menos. Dicen los que lo conocieron que hizo tanto daño que "el mal se le regresó de un jalón", de pronto, cuentan dejó de adivinar y le entró al chínguere. Se perdió y lo perdió todo.

Era buen cuate, ese Panchucho. Aunque ya en ese momento empezaba a desvariar. Uno lo podía ver cual Quijote envilecido: peleaba con la nada. Lanzaba cacayacas a la menor provocación, era pedo hasta decir "ya ni la chingas".

Bailaba sin cesar —como el "Corazón Alegre" de Remi— alrededor de una botella vacia y pedía coperacha "pa' la pomada pa' los raspones". Rengueaba por las multiples caídas, madrizas y/o atropellamientos sufridos en la lateral de Lázaro Cárdenas.

Mira si era un hijito de su puta madre, una noche cuando llevaba del brazo a una susodicha, me franqueó el paso con una rosa rota y la ofreció "para su noviecita, que no se parece a la de ayer". Acto seguido la muchacha se hizo la digna y me dijo que no seseaba ver cuánto la podía querer. Es decir me mandó a la rechingada, que, sospecho, estará muy lejos. No llegué nunca, me perdí.

Sorprendido y con la boca y bragueta abierta le menté la madre, a lo que respondió con una sonrisa estúpida y mirada calmuda: "¿Tons qué, mochate no?". Le extendí una botella medio vacía de tequila y le menté su madre.

Encontré a mis parnas (camaradas pal que no sepa) y bebimos hasta la mañana. Ya muy pedos —medio deslumbrados por los destellos de las botonaduras de los charros— algo nos despertó, era la voz del Panchucho, quien atormentaba a otros junto a nosotros; lo miraban entre absortos y divertidos. Les recitaba una especie de oración/relato:

"He caminado por mares de alcohol sin mojarme demasiado. Y he convertido el agua (de colonia) en vino. He luchado contra demonios de bocas humeantes (ay nanita). Satanás ha querido tentarme (pinche joto) con mujeres de todo tipo; las he poseído con media botella de tequila de por medio, (la otra mitad la lamo de su piel y sus coños).

Me crucificaron porque predije que el reino de los cielos estába muy cerca. No, no me llamo Pancho, ni Jesús, ni siquiera Chucho. Soy Panchucho, así me dicen mis cuates de Garibaldi y los del anexo".

Juro que así pasó, eso decía. Y me acordé de ese cabrón porque hoy me enteré qué lo mataron; lo tasajearon 20 veces. Cosa curiosa, lo torcieron con una botella de wiski, barato pero wiski al fin; ah y unos cuantos billetes. Chale ya lo dice el Haragán: "se los hubiera dado yo..."

martes, 11 de marzo de 2008

Prensa Nacional


Por Mario Rojas

- Tequila no porque me pongo loco, les dije en un arranque de sinceridad.
Sin embargo, parece que a Manuel y Pablo les conté un chiste porque sólo rieron, pero ignoraron mi solicitud y compraron un Cazadores.
Craso error.

Habíamos llegado a Tlaxcala a las 2 de la tarde. Eran los tiempos en que Televisa solía tratar con cierto dispendio a sus invitados, así que toda la comitiva que iba a cubrir el evento de Nuestra Belleza fue invitada a comer y beber en un lujoso restaurante.
En la mesa donde me senté, además de otras personalidades del reporteo, estaban Pablo y Manuel, representantes, en aquel entonces, de Excélsior y Novedades.
Cotorreamos y nos tomamos unas tres chelas cada uno, suficientes para entonarnos. Pero dieron la orden de retirarnos al hotel, tomar un baño y descansar. “Nos vemos a las ocho en el lobby”, fue la orden de los encargados de prensa de Televisa.
Faltaban poco más de cuatro horas y como ya teníamos un poco de cuerda, eso de ir a encerrarnos al cuarto de hotel tanto tiempo, como que no se nos antojaba mucho. Así que pronto surgió una voz que nos invitaba a encontrar una mejor manera de pasar las horas.
-¿Qué hacemos?, pregunté inocentemente.
-Pues vamos por un pomo, dijo Pablo con rapidez.
Y así fue. Con ese olfato característico de los buenos borrachos, pronto dimos con una vinata.
-¿Qué compramos?, cuestionó ahora Manuel.
Y fue cuando, odio repetirlo, se los dije.
-Tequila no, porque me pongo loco.
Y sobre advertencia no hay engaño.
Nos encerramos en el cuarto de Manuel a tomar tequila y platicar.
Estas charlas, por lo general, son entretenidas, uno se desinhibe y las anécdotas surgen con facilidad.
Pronto el primer pomo se acabó. Fuimos por otro. La charla y los tragos fluían sin problema.
Aunque estábamos muy a gusto, alguien alertó: “No chingues, ya son ocho y media”.
En la madre, el pinche evento seguramente ya llevaba buen rato de haber empezado y nosotros en la briaga. Contra nuestra voluntad dejamos inconclusa la encerrona etílica y nos fuimos a cumplir con nuestro deber periodístico.
Antes de salir del cuarto me sentía borracho, pero consciente. Sin embargo, en el trayecto hacia el auditorio donde se llevaba a cabo el evento, todo cambió. ¿Me pegó el aire? Sepa la chingada, pero me transformé. Me puse loco, pues.
De pronto me vi en medio de una discusión. Muy enojado, Manuel gritaba una y otra vez a las puertas del auditorio: “Somos prensa nacional, déjenos entrar”. También distinguí la enorme humanidad de Pablo y vi cómo manoteaba y gritaba furioso. Yo estaba unos pasos atrás, callado.
Los policías del lugar perdieron la paciencia y nos ordenaron retirarnos. Me empujaron.
Craso error.
-No vuelvas a tocarme, le dije al cuico.
Pero está claro que no se impresionaban fácilmente pues ni los gritos de prensa nacional ni mi amenaza los detuvieron.
Me volvió a empujar y como la verdad a esas horas mi estabilidad no era mi fuerte, caí al suelo.
Encabronado me levanté y tiré un puñetazo que se fue a impactar directo al… aire (por eso soy reportero, no boxeador).
Craso error.
De repente salieron de no sé dónde uno, dos, tres… un chingo de policías que comenzaron a tirar golpes y patadas sobre mi humanidad. Como pinche loco yo también empecé a tirar golpes (esta vez sí acerté uno que otro).
Me maniataron dos policías y a punta de madrazos me subieron a la patrulla. Sobra decir que una vez dentro se dieron gusto soltándome otros buenos madrazos. Total, fui a dar a los separos.
Creo que estuve encerrado una hora, pero a mí se me hizo eterno. El pinche cuartito donde –literal- me aventaron estaba helado y asqueroso.
Manuel y Pablo habían aprovechado todo el borlote para entrar y avisar de lo que estaba sucediendo, así que al rato llegó Juan Carlos, de Televisa, y me sacó.
Crudo, física y moralmente, madreado y con una sed espantosa Juan Carlos y yo llegamos como a medianoche al restaurante del hotel donde ya todos cenaban.
Qué momento más embarazoso. Sentí todas las miradas sobre mí y de pilón me tuve que chutar el sermón de Ana María Abad. Por si fuera poco, me negaron el placer de tomarme aunque fuera una pinche cerveza. Nada. A partir de ese momento el alcohol estaba prohibido para mí y, dicen los intrigosos, para toda la comitiva gracias a mi desmadre.
Eso sí, bien borracho, pero muy profesional, pues en la primera oportunidad que tuve, llame al periódico para pasar mi nota. Desafortunadamente, en un acto de solidaridad, Manuel había hablado a mi redacción para pasar la nota e inventar no sé qué accidente mío. Ya se imaginarán la que se me armó.

"¡Pechotierraaaaaa...!"

POR JAR
Francisco Javier Hernández Chelico padecía de un dolor en una rodilla por lo que acudió al dispensario para que lo checaran. El “doctor” que lo atendió le dio algunas medicinas y le prohibió beber.
Pero este personaje de telenovela tenía contemplada la organización de una rueda de prensa para presentar el más reciente álbum de la banda Tex Tex en la cantina “La Reforma de Bucareli”, por tanto, se antojaba echarse unos tragos.
Todo transcurrió sin problemas durante el toquín y la comilona, Chelico había librado la tentación de probar el alcohol.
Transcurrida la tarde, Francisco Javier estaba a punto de irse cuando uno de sus "simples conocidos" llegó, por lo que se quedó un rato más.
Posteriormente, dos más de sus compañeros de juerga ocuparon los lugares vacíos y recordaron a un buen cuate, Víctor Guerrero, “El Padrino”, como le decíamos, jefe de la sección editorial de EXCELSIOR, que días antes murió de un paro cardiaco.
La nostalgia llegó al corazoncito de Chelico y de plano le entró al chupentín.
Siete bolas de cerveza campechana de barril y no menos de ocho cubas libres después, Chelico comenzaba a tambalearse, pero no sabía si era por efectos etílicos o la rodilla se le había subido a la cabeza.
La noche siguió en el Carton, una cantina donde suelen acudir reinas de la noche y trovadores para que los "parroquianos" saquen a flote sus dotes de galán o cantantes.
Ahí, Chelico continuó su jornada briagadal: “¡Salud por ‘El Padrino'!”, se escuchaba. El choque de los vasos era lo único que mediaba entre el brindis y el alcohol en el gañote.
La una, las dos, las tres de la mañana, y Chelico seguía en la nostalgia, no era para menos, “El Padrino” se merecía cada dedicatoria.
4:30 de la mañana: Chelico ya no puede más. Entre su mal de rodilla y el alcohol lo han hecho, diría Mauricio Garcés, “pedazos”, por lo que decide irse a casa.
En compañía de uno de sus “simples conocidos” aborda un taxi y pide que lo lleven a Santa María la Rivera. En el transcurso del Monumento a la Revolución a ese barrio, Chelico habla con cierta incoherencia: “Esta es toda una colonia porque además de que han nacido aquí muchos célebres personajes, tiene su alameda con kiosco”, ahora sí, la medicina le hacía efecto, comenzaba a delirar.
Al llegar a su “humilde residencia” como él mismo calificó a su cantera, su compañero lo dejó como quien prefiere abandonar a un niño cuando sabe que no tiene con que alimentarlo. Pero no tocó y se echo a correr, Chelico, pese a los estragos etílicos, se asumió todo un torero: “¡Dejadme solo!”, sacó el manojo de llaves que siempre porta, tipo San Pedro (cualquier semejanza es culpa de La Biblia), y eligió una para abrir el zaguán.
Al ver que Chelico no estaba tan cruzado, su “simple conocido” le dijo al taxista que se dirigiera rumbo al norte.

EN COMBATE
Dueño de la situación, Chelico lanzó para si mismo la consigna que suele decirle a otros cuando está verdaderamente estúpido (entiéndase pedísimo): “¡Un, dos, tres, Calderón!” (nada que ver con el que dice es Presidente) y al dar el primer paso, ahora sí que “en el patio de su casa”, cual arbolito que cortan en el Ajusco para satisfacer las necesidades navideñas, se desplomó.
Era horario de verano y sabía que en cualquier momento algunas de sus vecinas irían por la leche, así que trato de incorporarse, no pudo.
Fue entonces que recordó cuando estuvo en la Guerra de Vietnam y comenzó a deslizarse sobre el piso pedregoso. Con la correa de su mochila, “La chayotera”, cruzada en su pecho, Chelico se impulsaba para poder llegar a la puerta de su hogar, librando cualquier obstáculo que se le presentara, al tiempo de cuidarse no ser descubierto por el enemigo.
Fueron los quince minutos más largos de su vida.
Codo a codo, literal, avanzaba sobre la maleza. Fue entonces que se topó con un tanque… de gas, y como pudo, lo libró.
Después, escuchó que un combatiente enemigo se acercaba. Sí un cabrón sin corazón hizo un reconocimiento para ver si el boiler estaba prendido. De inmediato, Chelico trató de meterse a una fosa para protegerse, pero estaba llena de agua. En efecto, ese hoyo lo habían hecho para verificar una fuga de agua en la vecindad.
También escuchó varias armas químicas explotar cuando pasó cerca de la ventana de la recámara de su vecino, por ello, abrió su mochila y sacó de inmediato su mascarilla, no la traía. Se conformó con el paliacate donde suele guardar las monedas que les da a las del “amor fingido”.
Parecía que no la libraba... pero por fin llegó.
Quiso alcanzar la cerradura, pero su escaso brazo apenas si llegaba a media puerta.
Con todo el dolor de su corazón, con esa “franqueza que tal vez juzguen descaro”, Chelico tocó la puerta.
Su esposa se levantó de la cama y fue a ver de quién se trataba. Hizo a un lado la cortina y no vio a nadie por lo que pensó se trataba de una broma, así que acudió a conciliar el sueño.
Cuatro pasos después, escuchó nuevamente que tocaban la puerta. Encabronada, como cuando los evangélicos chingan a las siete de la mañana en domingo, la esposa de Chelico se enfiló a la puerta con la intención de soltar dos que tres mentadas.
Al hacer a un lado la cortina no vio a nadie, pero cuando estuvo a punto de soltarla, se dio cuenta como una manita le hacía señas para que observara hacia abajo. Intrigada, abrió.

Cual fue su sorpresa al observar al pobre Chelico en el suelo, como si le hubieran propinado una madriza.
-¿¡Qué te pasó!?
- Luego te digo, ayúdame a entrar al chante.
La señora no tuvo otra que auxiliar al borrachín y llevarlo a la cama.
Al día siguiente, con cruda, etílica, médica y moral, Chelico no quería saber nada del mundo, de tal suerte que cuando pudo levantarse de la cama fue al médico para que lo alivianara.
Una semana después, Chelico estaba convencido de ir a jurar a La Villita. Por fortuna no hizo caso a los malos pensamientos y hoy sigue en el agua. El “pechotierra” quedó para la historia de las batallas perdidas.

jueves, 6 de marzo de 2008

Qué chingón es cumplir 39 y retozar entre discos

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona

Por Aguas Lodosas

Aquel día convocaba El Holgazán a su aniversario 39. Vivía en aquel entonces con su cuate el Roberto, atrás de una de las entradas-salida de la estación Sevilla del metro, creo que ya es la colonia Condesa.

Y toda la banda de petróleos, sabedores que habría chinguere a discreción, pues alrededor de las 10 u 11 de la noche el depa del Robert ya estaba hasta la madre de bebedores empedernidos, tales como El Chuchuleco, El Divino Maestro, El Alan, El Canalla, El Gonzo, El Cruz de Olvido, El Torito, su servilleta y otros más para festejar al inefable Holgazán.

Y mientras se escuchaba rock con rolitas de la Bruja Cósmica, los Stones y otros, el alcohol iba inundando nuestras venas, la música subía de volumen, las botanas inflaban nuestro abdomen y se parlaba acalorado de cualquier pinche tópico.

No sé si el festejado se compró en exclusiva para él algún pomo adulterado en Tepis para agarrar la briaga de su vida, el chiste es que a las primeras de cambio ya andaba todo despeinado y malfajado, ya se le entendía poco lo que hablaba, quitaba y ponía discos aunque no hubiéramos escuchado una sola rola completa, la mirada se le extraviaba y los pies se le enredaban.
Entraba y salía del cuarto donde se hallaba el stéreo, se dirigía a sus invitados para ya no se le entendía ni madres, y apenas había pasado poco más de una hora de pachanga reporteril.

En una de esas entradas y salidas que lo terminaron de marear, al querer tomar un disco más del disquero tiró un madral de CDs, se rompieron cajas y se hizo un reguero de compactos y al querer levantarlos se fue de bruces, le quisimos ayudar a ponerse en pie pues ya andaba hasta el tronco, pero el pinche terco rechazaba la ayuda, y al querer ponerse de pie sólo se patinaba entre los discos.

Con dificultad se levantó, pero para entonces ya no se le entendía nada de lo que balbuceaba y los ojos por momentos los ponía en blanco, pero no se sentaba y seguía dando vueltas a lo g üey y en una de esas tiró otro bonche de discos y él también cayó sobre ellos para ya no levantarse o sepa la chingada que haría.

El chiste es que ahora me pregunto si el 39 aniversario que festejábamos era de su existencia, o cumplía 39 años de andar de pedo. Quizá ni él hasta la fecha lo sepa. ¡Salucita mano!

Tú ¿Vales Ka?

Una peda dividida en cuatro actos...
Parte 1

Clásico, hay toquin en la Facultad organizado por el CGH para liberar al Mosh... Clásico, no tenemos dinero para el bote... Clásico, queremos chupar pero apenas juntamos poco y somos cómo 6 cabrones... Clásico, a comprar chupe barato y apendejador, o era Mezcal, o era Vodka.

El que esto escribe ya había tenido una mala experiencia con el mezcal (a quién se le ocurre comprar un garrafón de 5 litros para beber en dos o tres horas? -afortunadamente, nos duró unas 3 o 4 pedas ese garrafón-); por lo tanto, hoy es día de entrarle al vodka barato. ¿Qué tan malo puede ser un litro de vodka de veintitantos pesos? L-E-T-A-L.

Nos echamos dos pomos de a litro de un vodka llamado Valeska, presentación en botella de plástico, tipo refresco desechable, lo agitabas y salía gas!!!!; pero eso no impidió que le entraramos con fiereza (era a la carrera, yo tenía exámen a las 8 de la noche), lo que sea con tal de no entrar a clases, ponernos hasta el gorro y ya lanzarnos a nuestros aposentos...

Pero no, 5 vasitos de esa madre, revuelta con jugo de naranja, hicieron la delicia de nuestras compañeras, unas risa y risa, otras encabronadas porque teníamos aquel exámen y ya me veían con ojos de "pinche David, no mames, tienes exámen y estás hasta tu madre, Nelson te va a regañar" Nelson, era nuestro profesor de Taller de Periodismo 2, cubano y con unos 150 kilos de rock con el que tendríamos el fatal exámen de dos trepidantes preguntas...

Los actos de esa peda, no empiezan con la peda en sí, sino que empiezan cuando la peda acabó.

A las 8 en punto, llegué cómo pude al salón del edificio B en el que tendríamos el exámen, las amigas seguían risa y risa, o movían la cabeza en señal de desaprobación... yo, sinceramente ni las pelé, no sea que me vaya a caer, jeje. El exámen, comenzó sin contratiempos, dos pinches preguntitas, lo acabé en 5 minutos. El problema, es que si eras de los primeros en acabar, una de dos, o te quedabas a esperar a tu banda o le pedías permiso al profesor para que te dejara salir -no le iba a decir, y mucho menos si estoy bien pedo, decidí esperar.

Error!!!!, en un minuto, empecé a notar que el profesor rebotaba por las paredes (me alivió una milésima de segundo, pues pensé que el pedote era él); me estaba durmiendo y me pasó lo de cada peda cuando cierras los ojos, te subes a la montaña rusa y todo se pone feo. Con la guacara a punto de salir, levanté la mano para que Nelson me dejara salir al baño. Me dió chance, pero hasta el momento creo que lo hizo para que no embarrara a mis compañeros, o para que no le ensuciara el piso del salón.

Media hora en el baño para sacar todos los demonios, mis amigos salieron del exámen y yo seguía vomitando, me encontré con ellos y regresamos a la explanada, ahí seguían los otros cuates con los que probé el vodka... traían una peda elevada a la N potencia, pero nada qué lamentar... ajá. Dije: ya hice mi exámen, ya vomité, ya estoy bienhgggggggrrraaaaaaaaaggggggg!!! mientras bautizaba una de las campanas de basura...

Lo peor, cuando llegamos al metro, -ahí se dividiron las otras tres historias- mientras yo agarraba rumbo con el Sensei, nos trepamos al metro y parecía que todo era felicidad... nos sentamos y el Sensei habló:

- Pinche David, traes una cara de no mames, cómo te sientes?
- La neta, mal, no le vuelvo a entrar a ésta madre...
- Chido, mira, yo me bajo en balderas y tu te sigues a tu casa, duérmete y cuando yo me baje te aviso... por favor cabrón, vas a la Raza, no te sigas hasta Indios Verdes...
- Ok...
- Duérmete, nada de vomitar aquí...

Y que se arranca nuestra limo naranja, el jaloncito que siempre se siente cuando estás en el metro es la muerte cuando vas hasta tu madre, todo se me revolvió y aguante sólo una estación sin decir nada, pero el Sensei se dió cuenta y me empezó a cagotear:

- No mames David, no me salgas con que vas a vomitar otra vez...
No le contesté, preferí seguir con la boca cerrada, si la abría tantito bañaba a todos...
- Ya sé!!!, nos bajamos - me dijo el Sensei-
Mju, le contesté
- Aguanta pinche Daviiiiiiiiiiiiiiiiiid

No soporté más la presión, apenas se abrieron las puertas en Viveros, abrí la buchaca y salió pura espuma, no sé, vomité fácil un litro de espuma (nuestro error fue agitar los pomos para sacarles el gas); el Sensei me sacó a la calle y me discutió un refresco de toronja, quesque para que amarrara.

El camino a casa ya fue más tranquilo, mi cuate se bajó en balderas y yo iba despierto... hasta ahí, porque bien me lo dijo antes, - No te duermas - ... y que me despierta un policía hasta Indios Verdes, lugar en que nadie en la vida le ha mentado la madre a un poste, un perro, un árbol y su propia sombra en la misma noche...

¡Saluuu por "El Botanas"!

o "Ya vió lo que provoca, don Richie"
Por Aaróncrates






Y ahí estaba su servilleta, tratando de decidir si me la tomaba o no, "¿y si me pongo jarra?, ¿y si guacareo?, se van a dar cuenta mis jefes", ya saben, las mil y un dudas que, como secundino bien portado, te atacan cuando vas probar tu primer chela. Más tarde en decidirme que en lo que el gandalla del Mario dejo salir de su garganta ese grito: "¡Órale pinche Botanas, no le saques y tómate esa chela!", "o pa'que chingaos viniste a la fiesta" (Ah que buenos son estos weyes pa ayudarte a tomar decisiones, me cae).


Mi ñoña y puberta mente se bloqueó pensando "quieres dejar de ser El Botanas, pues a chupar se ha dicho", y ahí voy de obediente:


—Pos va, pa' rriba, pa' bajo pa' l centro y pa' dentro, vénganos tu reino...
—Está buena, ¿no?
— Muy buena (aunque la verdad no soportaba lo amarga que estaba —quien diría que unos años después...).
—Pues ahí hay más.
—Va gracias.


Total que como pude me hice wey un rato para no tomarme otra, platicando por acá y por allá, echándome unos cuántos pasos de aquello a lo que llamabamos bailar y quemándo uno que otro cigarrito (delincuentes por supuesto, en la secu no había para otros), y de repente que se acerca Liliana (una chava que me latía bastante, aunque hasta la fecha no logro descubrir por qué).


—Me das de tu cigarro —asentí con la cabeza—, ¿qué tu no tomas?
—Sí, pero no me gusta la cerveza.
—No te preocupes, compraron unas botellas también.
—¿Ah sí?, pues vamos a ver que trajeron, para ver si nos tomamos una juntos, ¿va?


Esos aires de conocedor dieron resultado, camino al patio de arriba Liliana continuaba platicando conmigo, lo que era increible porque si de algo me caractericé en la secundaria fue de ser un tipo bastante tímido; me tomó del brazo y después de la mano (oooorale, me dije a mí mismo, se siente chido), llegamos hasta el cuartito donde nuestro cuate Valle había improvisado la cantina y nos lo encontramos con otros tres echando baraja.


—¿Qué toman?, pregunto Liliana.
—Brandy, respondió Valle, ¿quieren?
—Pues órale, nos echamos una.


Valle sacó la botella que estaban tomando, y cuál fue mi sorpresa al ver la etiqueta, "RICHARDSON", a mi corta edad no sabía mucho de alcoholes, pero eso sí, mi padre me había advertido que ese era un aguardiente de lo más corriente; pero dadas las circunstancias y la chiquitita ahí presente no podía rajarme, así que sin dudarlo, que me la tomo, ¡y de hidalgo!,


—¡Ahhh, está buena, eh —le dije a Valle.
—Mira, mira, quien viera al botanitas, se me hace que se le está quitando lo pendejo.
—Bueno, ya estuvo, ¿no?, nos echamos la otra.
—Va, así me late, que no se rajen —ladró Jorge, el culpable de ese mote que llevaba a cuestas.
—Ya déjalo Jorge —alegó Liliana.
—Bueno, bueno, está bien —respondió—, pus ¡Saluuu por El Botanas! , que parece que ya se le quitó lo ñoño y encontró defensora.


La risa de los demás no tardó en aparecer y con sus vasos desechables en mano contestaron el brindis: "Saluuuu", uno tras otro fueron saliendo del cuartito y me quedé a solas con Liliana, el alcohol empezaba a hacer estragos en mi lengua y comencé a shushear, además de sentirme levemente mareado, ¡estaba jarra!, mi primer guarapeta y con la chava que me gustaba, ssssss. De repente apagaron uno de los dos focos que iluminaban el cuartito, "los dejamos solitos tortolitos", dijo Jorge, Liliana sólo me sonrió y se acercó poco a poco. ¡Tómala muñeco!, cuando sentí ya tenía su lengua tratando de aplicarle una hurracarrana a la mía.

Después de una buena ensalivada, entré en razón de que estaba recibiendo mi primer beso, ¡ahhh, qué romántico!, ni madres, esa lengüeteada que me pusieron fue desagradable, me mordió un labio, le apestaba la boca —afortunadamente no le olía a guacara, como le pasó a mi mano Davicho— y por si eso fuera poco estaba jarra y a duras penas alcanzaba a distinguir lo que cantaba Sting en "Every breath you take" que era la rola de fondo. Chale.


Para no hacer esta historia larga, esa noche me hice de mi primera novia, participe en una bronca entre pubertos, mis papás no se dieron cuenta de mi guarapeta (o al menos eso dicen), me quité el apodo de botanas (o al menos eso creí, aunque después me daría cuenta de que para eliminarlo por completo había que estrellar la nariz de Jorge en el pizarrón, enfrente de todos), y aprendí muchas mañas.


Al día siguiente conocí la cruda y las delicias del Alka Seltzer, pero ésa, es otra historia.

martes, 4 de marzo de 2008

De aquí no me muevo...

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona

Cuchoelroto
La caverna de la botella me indicó el inicio del infierno. Lo borroso de su cristal desfiguró la imagen de la muchacha —francamente horrenda—, la observé por un momento como si estuviera viéndola del otro lado de un aparador.
Mira nada más, tú tan selecto cabrón, cómo es que llegaste hasta aquí, escuché a la voz en mi cabeza. Pero si tú, qué horas traes wey, escupí. El cuerpo yacía en la alfombra, el cuarto apestaba a raidmatabichos y a pólvora recién horneada. Parecía dormida, como bruja de leyenda. Tenía una cicatriz de cuento de Benedetti. Sus últimas palabras me hicieron reir. Pensé: mira quién chingó a su madre.
La botella cayó de mi mano.
Afuera tocan. De aquí no me muevo. Que abran ellos si quieren.
Clávate puratintapura.blogspot

viernes, 29 de febrero de 2008

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona
LA MANO QUE MECE LA CUBA
Por El Vodkas
Etílicos ayeres. Todo comenzó en el depa del joven e intrépido reportero Pplú, guía etílico de toda una generación de colegas que acostumbran tener como centro de operaciones su depa, una de las grandes virtudes de la soltería y el apapachamiento paterno; como era su cumpleaños, amigos, compañeros de profesión y espontáneos cayeron a su casa con suculentos regalos, que iban del whisky al vodka y de regreso, claro con chelas de por medio para ir agarrando fuerza, sin faltar las frituras y el queso panela, que dice el mito que combinados son de gran utilidad a la hora de platicar con el monstruo.
Todo iba bien, el cumpleañero recibió a sus amigos como se debe: a medios chiles, en pans y sin bañarse, pues para él la fiesta había comenzado desde un día antes; el ambiente era de camaradería y cordialidad, hasta que a alguien se lo ocurrió que había llegado el momento de darle al zapatazo, y descubrió que había un problema: el conglomerado sólo contaba con la presencia de tres damiselas, colegas de profesión y de algunas parrandas desde luego, por lo que en un ejercicio arduo, pero de nivel primaria, todos cayeron en cuenta de que si querían mover el boten, tendrían que esperar al menos media hora… además de que ellas, y este fue un comentario suyo claro, no tenían intensión de fichar esa noche.
Entonces una voz aguardientosa, la del más adelantado de la noche, tuvo una maravillosa idea y comenzó a gritar: “taibol! Taibol! Taibol!”. La respuesta fue unánime y los amigos comenzaron a sacar hasta el guardadito pa la cruda y a ver cuál era el centro social y familiar más cercano –cuando uno entra todas te saludan como si te conocieran de toda la vida y esa crea una comunicación abierta…- y los detalles de cómo llegar a él. Pero nadie contaba con que las damiselas, dueñas de la noche y de su liberación femenina desde luego, dijeran: “sí, está bien. Vamos nunca hemos ido, queremos conocer”.
Nadie lo podía creer; desde luego los reporteros reaccionaron como lo deben hacer los caballeros en aquellas situaciones que deben ser resueltas con la palabra, y a través de su vocero, el de la voz aguardientosa, dijeron: “¡ni madres! Lo hacen apropósito. Pá qué van, se van a aburrir”. Sobra decir que desde luego no nos hicieron caso. Así que para ser breves, ahí estábamos todos en el Taibol, sentados muy cerca de la pista principal, cuidando a nuestra amables compañeras para que nadie las molestara –“no vaya a ser que las confunda”, dijo de nuevo el de la voz aguardientosa, pero esta vez nadie le hizo caso, al contrario, alguien dijo “ojalá”. Pero ni la boletera se nos acercaba.
Sólo nuestro festejado, ya más borracho, se había colocado al frente para ver el espectáculo –sobra decir a qué me refiero- y nervioso, con bastante ansiedad, veía pasar las horas, contaba su dinero pero no se atrevía a llamar a la boletera. “Es que me da pena, que tal si van y le dicen a Susana, ya vez que son amigas y ayer me dijo que sí va a salir conmigo… pero ya viste a la de rojo, está bien buena, como para cenar en mi cumple…” luego del profundo comentario, la doncella de rojo al ver la ansiedad del colega y los billetes en su mano, decidió tomar la iniciativa e invitarlo a subir a la pasarela, cosa que él desde luego aceptó y de un impresionante salto llegó hasta el centro. Ella comenzó su danza clásica –clásica porque todas repiten lo mismo- y él a disfrutarla; le quitó la sudadera y no traía camisa; y luego lo tenis, no traía calcetas –decía que usaba calcetines de piel de marrano-, y así hasta llegar al pantalón, donde él la detuvo con ambas manos, pero ella insistió… una compañera de la profesional bailarina entró al quite y de un certero jalón –a fin de cuentas la práctica hace al maestro-, bajó el pantalón de Pplu para dejarlo prácticamente desnudo en medio de la pasarela…
Aún resuenan en mis oídos las carcajadas de todos los presentes, desde luego las de nuestras compañeras por encima de todos y algunas mentadas de madre por lo pobre del espectáculo –sabe a qué me refiero-… “No lo conocíamos así, que divertido es tu amigo. Le voy a contar a Susana”, dijo una de nuestras invitadas, pero nadie le pudo responder pues la risa se los impedía.
Un rato más en el “taibol” para recuperar el aliento y para defender a las pobres trabajadoras del lugar porque las regañaron por lo que habían hecho, pues esperaban alguna queja de parte del caballero afectado, quien estaba más preocupado por recuperar su ropa e ilusamente algo del dinero que traía –de la dignidad no hablar claro-, que por discutir, y nos retiramos para ir de nuevo al depa de Pplu y acabar de festejar su cumpleaños, el cual desde luego no a vuelto a celebrar en un “taibol”, al menos no con sus amigas… y con Susana no pudo volver a hablar, ya que cada vez que lo intentaba ella no podía evitar tener un ataque de risa, y eso que no estuvo presente.

Bienaventurados los adoradores de Mayahuel

Por Aguas Lodosas

Pero que lindo es rendir pleitesía al dios Baco, ya sea en una cervecería o cantina, quizá en la esquina de la cuadra cuando estás chavo y te sientes el rey del barrio como TínTán. O también en el estacionamiento de la escuela con todos los compas eufóricos de tanto vino, juventud y bellas compañeritas estudiantes.
Ya más ruco, pues en la casa de algún vale escuchando buen blues o rock. ¿O por qué no? en algún evento de prensa donde te dejan algo para beber los colados, y te picas y te pones hasta el tronco.
Sin embargo, puede ser más ilustrativo, folclórico y embriagador, profesarle pleitesía y fe a la diosa Mayahuel, deidad prehispánica del octli, mejor conocido como pulque.
Desde escuincle, mi abuelo Tito me mandaba por su “caldo de oso”, como dijera en su tira don Regino Burrón. Ya me conocía el encargado o dueño del expendio, a quien le decían Lalo, y yo le solicitaba: “Me da dos litros del que toma el patrón”. Y me servía el viscoso líquido blanco, como el techo de la misma pulcata.
Volvía con el encargo, pero Lalo ya me había dado un vasito del rico y espumoso nehutle. Eso era en el barrio de Copilco el Bajo, entre el eje 10 y la avenida Insurgentes, al sur de la ciudad, muy cerca de la Ciudad Universitaria.
Pocos años después, cambiamos de residencia al barrio contiguo de Loreto, barrio obrero y bravo donde todos los viernes y sábado, sus calles privadas se convertían en multitudinarias cantinas, con todo y sus broncas cuando ya andaban hasta la madre toda la banda.
En los linderos del barrio con Tizapán, a un costado de la fábrica de papel, hoy exclusivo centro comercial, se ubicaba “la pulquería del Potro”, porque así le decían al encargado del tugurio y de la cual creo su nombre real era el “Voy de pasada”. Ahí llegaban un chingo de obreros luego de terminar su turno de las dos de la tarde y pasaban a comprarse los suyo los que relevaban también a esa hora.
Nosotros los chavos también llegábamos regularmente los lunes al mediodía a curarnos la cruda acumulada de viernes, sábado y domingo. El primer día de la semana era especial, pues era de ley el curado de limón que les quedaba pero neta que de poca madre, e inflábamos pulmón hasta agarrar otro pedo como el de los mayores.
Como todas las pulquerías, la del Potro tenía su altarcito a la Guadalupana, su molcajete grande para a salsa de chile morita, pasilla o de árbol bien picosa, y sus barriles repletos de jugo de maguey. Y afuera “doña Morongona” vendía tacos de cabeza de pollo, o mollejas con salsa, todo el día sentada frente a su anafre con un comalote que era una tapadera de tinaco de lámina, ¡pero que rico sabían sus fritangas! A un lado del departamento de mujeres.
Más hacía el poniente de Tizapán cerca del Periférico donde se erigían anteriormente las instalaciones del Récord, se hallaba otra pulquería especial: “El Bataclán” y su encargado se llamaba Pedro, y que chulada de curados preparaba, no había uno que no estuviera suave, pero los más ricos eran los de apio, jitomate o betabel, frescos y escarchado el vaso con sal y limón ¡uta, ya se me hizo agua la boca!
Este cabrón se aventaba la puntada de preparar uno de calabaza los días de muerto a principios de noviembre y que bárbaro eran una chulada, o el de frijol para ponerse bien jicote, por eso les decía que era muy especial el famoso “Bata”, pues no en cualquier lado se aventaban a hacer este tipo de esquimos cuateros que lo ponían a uno como burro en primavera, neta que sí.
Y bien, en la siguiente entrega les prometo hablar de “La Vencedora”, allá por el rumbo de Los Dinamos, o “La tempestad” en Mixcoac, donde nos hincábamos toda la banda de pedernales a ofrecer una oración a Mayahuel.

¡¡¡TRES TREQUILAS POR FAVOR!!!!

POR CAKEMAN

El Javier y yo agarramos la bonita costumbre de vernos los miércoles para ponernos hasta la madre. Uno de esos aciagos días de media semana, el abuelo, como algunos conocían a Javier, me llamó a la oficina:

-Qué onda wey, hay evento.
-No mames, ¿a poco hoy no vamos a chupar?
-No seas pendejo. Vamos a la presentación del disco homenaje a José Alfredo Jiménez. Va a patrocinar Cuervo, así que ya te imaginarás…
-Simón, edecarnes sirviendo tequila…¿a qué hora nos vemos?

Unas horas después pasé por el héroe de esta historia a las instalaciones del diario cultural donde decía que trabajaba. Ya reunidos buscamos la caribe que en aquellos años conducía y nos dirigimos al Salón 21(Vive Cuervo Salón). Llegamos. Al entrar al salón un par de suculentas edecanes nos recibieron con sendos caballitos de tequila. Los ojos del Javier se iluminaron. Cómo el tipo es bastante conocido en su medio pos se puso a saludar a casi todo wey o vieja se le atravesaba. Yo lo seguía enfilándome los tequilas que las bellas edecanes me servían. Eso si, cada que terminaba uno, procuraba ir guardando el pequeño vacito donde nos servían el pegol en una mochila. Total que horas después ya andaba cargando, más que una mochila, una sonaja. Pero nadie nos pregunto por el sonido de los cristales y las bellas meseras nos seguían dando caballitos con tequila. Pero no perdamos el hilo…

Cansado de andar atrás del Javier, tomé lugar en una mesa de la zona VIP casi a un costado del escenario. Busqué al abuelo sin lograrlo y la hueva me impidió buscarlo. Para qué. Ya andaba medio pedón y apenas estaba tocando Moenia (esos grupos sólo pedo los soportas). Decidí bajar el ritmo de mi ingesta alcohólica y darme un taco de ojo con las falditas y escotes de las viejas éstas que servían el chupe. Momentos después llega el abuelo tras de mi:

-Qué pedo wey, ¿cómo andas? Yo voy a agarrar una peda cabrona.

Se fue. Creo que fue a platicar con otra reportera que estaba en una mesa contigua. La onda es que después de un rato lo perdí de vista otra vez. Comenzó a tocar Cártel de Santa y yo seguía sin ver al abuelo, hasta que cantaron la de “Ella”. ...no se si me explico, cuando el dinero falta las mujeres vuelan como los pajaritos... llegó rapeando el abuelo y le hice segunda. En eso, me dice el wey, en un tipo de lenguaje muy parecido al español:

-No mames, estoy agarrando una peda…

Se te nota cabrón. Pos acabó de tocar Cártel de Santa y el Javier se volvió a perder. Por aquellos ayeres Moderatto no estaba tan de la chingada por lo que nos gustaba echar desmadre en sus conciertos y justamente esos weyes iban a cerrar el evento.
Pos al primer guitarrazo, que me bajo de la zona VIP. El Javier llegó de madrazo, me abraza y balbucea un:

-¡Traigo una peda!

Y neta. El wey estaba totalmente ebrio. Aunque todavía guardaba el equilibrio. Comienza la primera rola. El Javier me grita al oído:

-Wey, ¡consígueme tres trequilas!
-No cabrón, ya estás muy pedo.
-¡Oh!- y que se va.

No acababa la rola cuando regresó con, efectivamente, tres trequilas. Los acomodó en fila en el piso y comenzó a mover la mata emulando un rehilete. Me di cuenta porque sentí un airecito del cual desconocía su procedencia (pensé que habían abierto las ventanas) hasta que vi al abuelo mateando con una energía pasmosa. Unas chicas volteaban a vernos tímidamente pero con risa.

Pos el concierto acabó pero el Javier seguía rockeando… con el audio ambiental…

-Wey ya vámonos.
-Neeellll, ¡todavía no se acaba!
-Ya se acabó, man. Vámonos
-Que no weeeeyyy. ¡No ha acabado!
- A ver cabrón, ¡¿quién está tocando!?
- Este… ah…no pos mejor ya vámonos.

Como pudimos llegamos a la caribe. Tomamos camino hacia mi casa y el Javier balbuceó que se sentía mal. Comenzó a aventarse esos eructos profundos que avisan que el excorsismo del alcohol se aproxima. Y si. De madrazo un torrente de comida procesada salía de la boca del abuelo que sólo alcanzaba a lanzar pequeños pujidos. Se estaba bañando en su propia guácara. El olor era tan fuerte que me vi obligado a bajar un vidrio a pesar del frío e intentaba aguantar la risa.

En eso me percato que la nave se quedaba sin combustible. Despierto al Javier, que ya venía medio dormido para pedirle lana. El wey como pudo sacó un billete de 50 de su cartera y me lo dio. Todo esto visto por el despachador que puso una cara de no mames qué asco.

Estábamos como a 5 minutos de mi casa y el Javier comenzó a vomitar de nuevo. Sólo que ahora esta un poco más conciente. Le dije: man, inclínate, orden que acato a medias porque sólo bajó la cabeza. Pos se atascó más. Y lo peor fue que en una de esas se empezó a ladear y que vomita sobre la palanca de velocidades. Puta madre. Pos con un trapito hacía los cambios.

Ya en mi casa el wey se rehusaba a que le ayudara a caminar, necedad que pagó dándose un madrazo en el suelo. Y pues ni modo de acostar al Javier todo guacareado. Pos lo cambié y le puse ropa limpia. Chale.
Al día siguiente, el Javier despertó fresco como una coca de congelador. No me siento mal, recuerdo que me dijo. A los 10 minutos, la cruda lo atacó salvajemente. ¡Me siento mal!, gritaba el pobre. Desayunamos. El wey se tomó creo que dos litros de jugo de manzana. Pero lo que no tuvo madre fue la expresión de su rostro cuando abrió la puerta de su carro. La imagen la tengo tatuada en mi nebulosa, me cae. El cabrón abre la puerta, pela los ojos, se lleva las manos a la cabeza y exclama: ¡Mi carro! con un dramatismo que ni Cate Balnchet hubiera logrado.

Días después el Javier me contó que cuando llevó a lavar su carro, de pendejo lo limpiaba él, y ante la pena, le dijo al lavador: “mi pinche amigo bien borracho me vomitó el carro…” Vil mentira.




El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona.

jueves, 28 de febrero de 2008

Mi primer beso...

Por Davicho

Cuándo era un mozuelo, mientras estudiaba en el CCH, tanto el humo del cigarro, cómo la chela o cualquier cosa que tuviera alcohol era aborrecida por mí... pero para mi gracia-desgracia, llegó la primera novia -sin reirse culeros- a la fabulosa edad de 19. Maribel era su nombre, la vieja más deseada de todo el CCH Naucalpan, incluyendo el deseo de maestros, maestras e intendencia...

Un buen día (más bien noche) al entrar a nuestra clase de biología (ahí nos junto el destino), llegó tambaleándose de borracha (teporocha pero no burra) y se sentó junto a mí; durante la clase se quedó jetona, mientras yo la cubría con un cuaderno. A la salida, me dijo:

- Oye wey, olvide un libro de la biblioteca...
- Te cae?
- Sí, lo dejé en la cantina
- Ah chingá, perdón pero es tu pedo -le contesté-
- Ándale, acompañame por él y nos vamos juntos a nuestras casas...

Dije, pues va, chingue su madre, si todo mundo quiere con ella, no creo que se fije en éste pobre wey (cabe recordar que los lentes de contacto los empecé a usar hasta que ingresé a la universidad, un año después), y mucho menos en el estado que está.

Y ahí vamos rumbo a una de las cantinas de Los Remedios, la verdad el camino siempre me pareció largo, quizá porque yo no chupaba. Los Remedios era un conjunto de cantinas, pegaditas a la iglesia, en las que los baños eran unisex, y no tenían puertas, sólo una cortinita mal pedo. En fin, llegamos a la cantina, le regresaron su libro, y se sentó en una de esas mesitas de metal que tienen pintado el tablero de ajedrez, pues pidió una cubeta para ella y para mí.

- No chingues, yo no tomo
-le dije-
- Ándale, tómate unas conmigo, por el placer de estar juntos...

En ese momento me cuestioné: o está pendeja o de plano si está peda, cómo chingados quiere beber conmigo, si ya le dije que no me gusta la cerveza, y además, no le he dicho que ella me gusta (era de Tepis, la neta si le tenía algo de miedito). Total, qué podría pasar?, ahí estaban sus cuates, quizá más pedos que ella... Nos acabamos la cubeta, 3 ella, 3 yo, y decidimos salir de la cantina, pues era tarde y a esas horas, en esos entonces en Naucalpan, y yo sin haber amado, pues cómo que no...

Al caminar de regreso, sus cuates se perdieron, por lo que me pidió que los esperaramos, nos sentamos en una jardinera... y ahí mi vida cambió, en muchos sentidos.

Se sentó junto a mí, me abrazó, qué quiere ésta pinche loca -pensé-, lanzó la clásica pregunta:

- Tienes novia David?
- No, no ves que estoy re federal? -dije entre dientes-
- No eres feo...

Cada vez se acercaba más... Hasta que aplicó la chida:

- Qué harías si te beso?

Toda mi aburrida vida pasó por mi mente más rápido que en putiza, y cuando digo TODA, es TODA, y no por dárselas a desear. Nervioso, y temblando cual calaca, le conteste:

- Esteeeeeeeeeeeeeeeee, pues lo respondo, no?

No no no!!!, mi primer beso, la primera lengua de una mujer dentro de mi boca, la vieja más deseada del CCH y.... me supo a vómito!!!!!!

No dije nada, y nos seguimos besando hasta que llegaron sus amigos -15 minutos más tarde, pinches changos-, creo que mi nivel de asco iba disminuyendo con los minutos, la verdad la chavilla besaba chido. Se aventó otra chida:

- Quieres ser mi novio?

La verdad, sería muy pendejo haberle dicho que no, me ahorró todo el trabajo, jejeje

A partir de eso, empecé a beber, procurando que si beso a una chava, o la chava me besa, no exista ese sabor a vómito que traemos cuando la peda ya se pasó de rosca... ahí quiero llegar.

Algo tan natural que aprendí al entrar a la univerdidad, es que puedes chupar (o podías) tan a gusto, que hasta los mismos maestros siempre están en el desmadre. Mi primer día, no entré a mi última clase y me fuí de pedo con mis "nuevos amigos", ese primer día, también me fumé mi primer cigarro...

Ahora, gracias a esas primeras borracheras en la Facultad, puedo seguir viendo a mis amigos, y casi siempre las pláticas terminan en peda. Mención aparte el mentado "Día D" del año pasado....
Continuará....

Las Puertas del Foro Sol


Por Arturo J. Flores

Como bien definió el buen Isma en una borrachera de la cual no quiero (más bien, ya no puedo…) acordarme, el festival Vive Latino ha sido adoptado por nuestro cuate el Osito como “El día D”, es decir, “El día d…el Oso”.
Durante un año entero, nuestro héroe tacha en un calendario los días que restan para acudir al Foro Sol y ser partícipe de un desfile interminable de bandas, unas buenas y otras malas, pero sobre todo para dejarse bañar por un cauce generoso de alcohol.
Esta historia tuvo como escenario precisamente un festival Vive Latino al que el Oso acudió en compañía de su hoy esposa, además de un selecto grupo de amistades. Entre las bandas que aquel día derramarían su música en nuestros oídos figuraban Julieta Venegas (algo así como la musa inspiradora del Oso), además de Jarabe de Palo, déjenme darles una referencia: se llama Pau Donés y La Cuca, entre muchos otros.
A un costado del escenario, y este detalle resulta fundamental para la comprensión de la historia, se ubicaba una “M” enorme, para publicitar la marca de telefonía celular Movistar, una de las patrocinadoras del Vive Latino.
Sucedió que a la novia del Oso, hoy la dueña absoluta de sus quincenas, le chocaba que el referido personaje abusara en su consumo de alcohol, no sólo por los daños a la salud que el exquisito elíxir provoca y de los que todos los lectores y escribas de esta blog somos partícipes, sino por las actitudes desbocadas, irreverentes e hilarantes que todo buen borracho suele practicar estando bajo el hechizo de unas heladas chelas.
Así pues, el que esto escribe sabía que por tradición el Oso solía acompañarse de otros briagos de buen calibre en sus incursiones al Vive Latino, más no de su compañera sentimental para, en pocas palabras, no avergonzarla con su comportamiento etílico.
Fue entonces que, al verlo llegar, sobra decir que utilizando un impermeable amarillo que hacía lucir a nuestro amigo igual que una versión humana del a bola 1 del billar, en compañía de su novia, le susurré, discretamente:
—¿Cómo? ¿Entonces este año no vas a chupar?
A mi cabeza vino aquella célebre imagen en la que el Oso y yo nos arrodillamos en mitad de un apoteósico slam, un Vive Latino anterior, completamente borrachos (creo que ejecutamos un Johnny Walker entre los dos), mientras la gente se daba de caballazos a nuestro alrededor. En nuestra peda, nos sentimos parte de un ritual paganos en la que miles de cuerpo danzaban sin tocarnos y nosotros, con los brazos alzados al cielo, cantábamos junto a José Fors: “Quiero otro alcohol, más rocanrol y una hembra…”.
Todo parecía indicar que 365 días después la escena no se repetiría.
—¿Cómo? ¿Entonces este año no vas a chupar?
Mi frase hizo eco en el orgullo etílico del Oso, porque todo buen borracho es orgulloso y no soporta que nadie ponga en duda sus alcances y habilidades etílicas.
—¿¿¿¿No????— me respondió mi amigo, muy bajito para que no lo oyera su chava—¡¡¡¡Ya verás!!!!
Pasaron las horas y perdí de vista al Oso. Ocasionalmente me lo encontraba, yo con mi entonces pareja y él con la suya y sus cuates y efectivamente pude constatar cómo el nivel de desinhibición crecía en su voluminoso cuerpo, así como se veían embrutecidas sus capacidades vocales. Digamos que cada vez le resultaba más complicado pronunciar ciertas consonantes como la “rr”, la “s” y las compuestas como “pr”, “tr” y en particular, la palabra “cabrón” ya era completamente ininteligible al ser espetada por su boca.
A la par, el enojo de su novia crecía y crecía, lo cual era visible en sus brazos cruzados, su ceño fruncido y sus chapas coloradas.
Recuerdo que yo, también borracho, le dije al Oso:
—Güey… mejor ya no tomes.
Lo siguiente fueron como cuatro horas en que no lo vi más. Cada quien agarró su vuelo con las bandas que quería escuchar.
Seguimos bebiendo.
Al cabo de ese tiempo, serían ya las 9 de la noche del primer día de Vive Latino, recuerdo que le marqué al celular al Oso y sostuvimos la siguiente charla:
—¿Dónde estás?— le grité.
—¿Has visto la “M” de Movistar, junto al escenario?—me inquirió él, a su vez.
—Sí.
—Pues “eme” aquí.
Efectivamente, al desplazarme hasta el punto en cuestión, encontré a mi amigo. Estaba solo, sin novia y sin equilibrio, por no mencionar que sin dicción.
—¡No manches! ¿Dónde está tu chava?—le pregunté.
Entonces uno de los amigos que lo acompañaba me contó lo que sucedió:
“Su mujer le dijo que si no dejaba de tomar, ella se iba…”
—¿Y qué pasó?—pregunté, intrigado.
El amigo se sonrió y dijo:
—El Oso le respondió: ‘mi vida, las puertas del Foro Sol son aaaaanchas, aaaanchas…”.
Eso sí, me enteré después, por lo menos la acompañó hasta el metro.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Con los huevos en la hielera


Por Aguas Lodosas

Miguel y sus cuates de la oficina habían planeado irse de reven el viernes que coincidía con la quincena. Algunos querían ir a bailar, otros sólo tomar una copa y los más aventados irse de farra a un table en busca de emociones fuertes y mujeres dispuestas a todo.
El día indicado había llegado y entre ellos se ponían de acuerdo para saber donde pasarían su noche de ronda. La mayoría votó por ir al table y se aprestaron a divertirse durante una larga noche de copas y caricias furtivas.
Llegaron al antro en cuestión ubicado sobre avenida Insurgentes, por el rumbo de la glorieta. De entrada son 100 varitos de cover, el espacio es reducido y con poca iluminación. Los 5 oficinistas se acomodan en unas sillitas pequeñas, lo mismo que la mesa.
De inmediato los aborda un mesero, quien les dice ¿qué van a beber caballeros?
-“Nos podría mostrar la carta de vinos”, dijo uno de ellos.
-“Con gusto”, respondió el empleado.
-“Chale está carísimo”, dijo otro.
-“Sí pero ni modo, ya pagamos el cover”, le contestó uno de sus camaradas.
El pomo de Bacardí blanco les costó 985 pesotes ¡más iva! Se imaginan lo que cuesta un Henessy X.O. casi 5 mil del águila. Pero en fin la idea era pasarla chido, cueste lo que cueste.
Las chicas que se paseaban sólo con tanguita sobre sus acariciables cuerpos merodeaban por su mesa.
-¿Me invitas una copita corazón o me compras un boleto para un baile en el privado?
Más de una veintena de bellas nenas se contonean por los alfombrados pasillo, todas en busca de una presa con la suficiente lana para saborear sus caricias.
De pronto el anunciador exclama: “Ahora veremos en la pista a las chicas Sexy, tal como las vio en el programa de Adal Ramones o con René Franco, están sensacionales”. Gritaba a todo pulmón el locutor, y suben a la pista cuatro opulentas chicas a realizar su sensual baile en el tubo. Se contonean lúbricas, mientras se despojan de sus prendas. Los chiflidos y aullidos no se dejan esperar, la temperatura sube al instante en el lugar, el humo de los cigarrillos forma una densa niebla. Las chicas muy pronto quedan sólo en tanga, cuando una de ellas, de nombre Karen reta a dos valientes a subir. “A ver quienes son los dos más machos que quieren estar con nosotros para ser apapachados”.
Algunos se miran indecisos, otros como Miguel es lanzado al ruedo por sus compinches, y otro más se siente muy galán y también sube a dejarse querer por las ardientes hembras.
Ambos son sentados en unas sillas, en tanto las nenas los rodean, les acarician el cuello, luego el pecho, la espalda y las piernas. Otras los toman de las manos y las llevan a su espalda, los atan al tubo, mientras las otras dos los cachondean en serio, les muestran el prominente busto, les tocan la entrepierna, les quitan la corbata y desabotonan sus camisas, las caricias cada vez son más candentes.
Pero ellos han quedado firmemente sujetos al tubo.
Les bajan el cierre del pantalón y se los bajan, sólo quedan en sus coloridas truzas, pero lo siguen disfrutando.
-“Eso es pinche Miguel, demuéstrales que eres un garañón”. Le grita uno de sus cuates.
Ahora se les sientan una chica frente a cada chavo a horcajadas mientras se menean de atrás hacia delante simulando coito. Les estrujan el pecho con sus manos, les besan el torso y poco a poco bajan sus labios por el cuerpo de los incrédulos.
Se hincan ante ellos, jalan el resorte de su única prenda hacía adelante y miran hacia adentro para ver que armas portan. De pronto reciben de sus compañeras unas hieleras repletas y las vacían dentro de sus calzoncillos. La rechifla y carcajadas es general, las chicas les quitan las sillas para que se pongan de pie y todavía les propinan unas estruendosas nalgadas.
Miguel refleja en su rostro angustia y dolor, además unas ganas inmensas de soltar el llanto.
Por fin los desatan y les entregan sus prendas, ellos no saben para donde correr, quisieran se los tragara el entarimado, pero soportan el escarnio general y se visten.
Cuando Miguel llega a su mesa, le dice uno de sus compas. “Ya ves lo que te pasa por pinche caliente”.
En tanto el agraviado responde, “vete a la chingada que yo ya me voy a mi casa”. Y salió mientras toda la bola de cabrones le gritaba “cuuulero, cuuulero”.
s dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona