viernes, 21 de marzo de 2008

"La Vencedora", pulcata de época y de poca...

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neuronaPor Aguas Lodosas

En una de las entregas recientes hablamos sobre algunas pulquerías como la “Voy de pasada”, mejor conocida por los rumbos de Tizapán como “El Potro” y “El Bataclán”, ejemplo de buenas pulquerías donde se la pasaban a toda madre obreros, ñeros y albañiles, todos en singular comunión por nuestra adorada Mayahuel.
Ahora les hablaré de “La Vencedora”, ubicada en un angosto y cortito callejón en el pueblo de La Magdalena Contreras de esta ciudad, justo antes de llegar a La Cañada que es el inicio de la subida al Parque Nacional de Los Dinamos.
Que chido era llegar a ese paraje natural, fresco, rodeado de bosque, de trinos bellos como los del zenzontle, cardenales, calandrias y primaveras, además del murmullo del único río “vivo” de la capirucha: el Río de La Magdalena.
Bien, llegar a ese remanso era como una bella excursión, una grata experiencia que debía desembocar sin remedio en “La Vence”, pulcata atendida por dos jóvenes hermanos como “El Charro” y “El Güero”, y que de inmediato cuando veían entrar a la banda del barrio nos saludaban de buen agrado y de inmediato ofrecían “la probada” de los curados del día, que eran como cinco o seis de diferente sabor, aunque no podía faltar el de jitomate y el de avena, esos eran de rigor.
El local era amplio, quizá unos 70 metros cuadrados, otras apenas eran de 30 o menos. A un costado de la entrada el departamento de mujeres y entrando a la izquierda la barra que también era amplia y donde se mostraban los grandes vitroleros sobre unas tinas con hielo para que se conservara fresco el llamado “néctar de los dioses”, con sus vividos colores, el de jitomate, rojo; el de piña, amarillo; el de apio, verde; o el de mandarina con un tono anaranjado encendido; el de avena como rompope y el de piñón medio rosadito. ¡Todos estaban de rechupete! No había alguno gacho y no sabíamos de cual pedir, pero generalmente empezábamos con el de jitomate que era el más fresco y reconfortante. Lo servían en cubetas de cuatro litros y pedíamos de dos a tres cubetas, no’más pa’empezar y luego degustábamos de otros sabores, pues había que probar de varios, aunque luego se acababa el varo, pero “El Güero” y “El Charro” eran bien alivianados y nos echaban vale para seguir consumiendo “melón”, -otra manera de referirse al pulque-. ¡Total, luego pagamos!
Nos atascábamos de “magüeyín” hasta casi reventar, entonces fraguábamos el obligado desempance, o sea un “fuerte” para mitigar ese abotagamiento que produce el exceso de pulque en el estomago, pero que provoca unas “cruzadas” de la chingada y al ratito ya andábamos viendo no a Mayahuel sino al mismito chamuco.
Obvio que la desaparecida “Vencedora” contaba con su altarcito a la Guadalupana con sus foquitos de colores, algunos cuadros al óleo en sus paredes, entre los que destacaba uno con un campesino sombrerudo bebiendo aguamiel en una penca de magüey medio doblada a lo largo entre ambas manos para hacer una oquedad en la penca. Y remataba el cuadro la siguiente frase: “Agua de las verdes matas,/ tú me hieres,/ tú me matas,/ tú me haces andar a gatas…”
En estos días de Semana Santa cómo me acuerdo de esas visitas a “La Vence”, pues sube mucha gente a visitar esos lindos parajes del río y mojarse la barriga con un buen tlamapa, allí con “El Güero” y “El Charro”. ¡Cómo diablos se extrañan esos días!

jueves, 20 de marzo de 2008

Panchucho

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona

Cuchoelroto

Conocí al Francisco de Jesús Sinnombre en una esquina de Garibaldi, allá por los noventa. El que escribe trabajaba en el Salón Q; sí ese mero, el que está sobre Reforma y que ahora es un muladar que nadie quiere comprar. Ser mesero no es tan matado, y menos cuando lo haces en un antro/bar/salón de baile. Siempre tendrás un trago que aligere la noche.

Para llegar a la Plaza de los mariachis, hay que pasar por las callejuelas de miseria que la rodean. Allí siempre encontraba a ese cabrón de tres dientes conocido como Pancho de Jesús, medio loco, medio chamán, adivinador de oficio y brujo venido a menos. Dicen los que lo conocieron que hizo tanto daño que "el mal se le regresó de un jalón", de pronto, cuentan dejó de adivinar y le entró al chínguere. Se perdió y lo perdió todo.

Era buen cuate, ese Panchucho. Aunque ya en ese momento empezaba a desvariar. Uno lo podía ver cual Quijote envilecido: peleaba con la nada. Lanzaba cacayacas a la menor provocación, era pedo hasta decir "ya ni la chingas".

Bailaba sin cesar —como el "Corazón Alegre" de Remi— alrededor de una botella vacia y pedía coperacha "pa' la pomada pa' los raspones". Rengueaba por las multiples caídas, madrizas y/o atropellamientos sufridos en la lateral de Lázaro Cárdenas.

Mira si era un hijito de su puta madre, una noche cuando llevaba del brazo a una susodicha, me franqueó el paso con una rosa rota y la ofreció "para su noviecita, que no se parece a la de ayer". Acto seguido la muchacha se hizo la digna y me dijo que no seseaba ver cuánto la podía querer. Es decir me mandó a la rechingada, que, sospecho, estará muy lejos. No llegué nunca, me perdí.

Sorprendido y con la boca y bragueta abierta le menté la madre, a lo que respondió con una sonrisa estúpida y mirada calmuda: "¿Tons qué, mochate no?". Le extendí una botella medio vacía de tequila y le menté su madre.

Encontré a mis parnas (camaradas pal que no sepa) y bebimos hasta la mañana. Ya muy pedos —medio deslumbrados por los destellos de las botonaduras de los charros— algo nos despertó, era la voz del Panchucho, quien atormentaba a otros junto a nosotros; lo miraban entre absortos y divertidos. Les recitaba una especie de oración/relato:

"He caminado por mares de alcohol sin mojarme demasiado. Y he convertido el agua (de colonia) en vino. He luchado contra demonios de bocas humeantes (ay nanita). Satanás ha querido tentarme (pinche joto) con mujeres de todo tipo; las he poseído con media botella de tequila de por medio, (la otra mitad la lamo de su piel y sus coños).

Me crucificaron porque predije que el reino de los cielos estába muy cerca. No, no me llamo Pancho, ni Jesús, ni siquiera Chucho. Soy Panchucho, así me dicen mis cuates de Garibaldi y los del anexo".

Juro que así pasó, eso decía. Y me acordé de ese cabrón porque hoy me enteré qué lo mataron; lo tasajearon 20 veces. Cosa curiosa, lo torcieron con una botella de wiski, barato pero wiski al fin; ah y unos cuantos billetes. Chale ya lo dice el Haragán: "se los hubiera dado yo..."

martes, 11 de marzo de 2008

Prensa Nacional


Por Mario Rojas

- Tequila no porque me pongo loco, les dije en un arranque de sinceridad.
Sin embargo, parece que a Manuel y Pablo les conté un chiste porque sólo rieron, pero ignoraron mi solicitud y compraron un Cazadores.
Craso error.

Habíamos llegado a Tlaxcala a las 2 de la tarde. Eran los tiempos en que Televisa solía tratar con cierto dispendio a sus invitados, así que toda la comitiva que iba a cubrir el evento de Nuestra Belleza fue invitada a comer y beber en un lujoso restaurante.
En la mesa donde me senté, además de otras personalidades del reporteo, estaban Pablo y Manuel, representantes, en aquel entonces, de Excélsior y Novedades.
Cotorreamos y nos tomamos unas tres chelas cada uno, suficientes para entonarnos. Pero dieron la orden de retirarnos al hotel, tomar un baño y descansar. “Nos vemos a las ocho en el lobby”, fue la orden de los encargados de prensa de Televisa.
Faltaban poco más de cuatro horas y como ya teníamos un poco de cuerda, eso de ir a encerrarnos al cuarto de hotel tanto tiempo, como que no se nos antojaba mucho. Así que pronto surgió una voz que nos invitaba a encontrar una mejor manera de pasar las horas.
-¿Qué hacemos?, pregunté inocentemente.
-Pues vamos por un pomo, dijo Pablo con rapidez.
Y así fue. Con ese olfato característico de los buenos borrachos, pronto dimos con una vinata.
-¿Qué compramos?, cuestionó ahora Manuel.
Y fue cuando, odio repetirlo, se los dije.
-Tequila no, porque me pongo loco.
Y sobre advertencia no hay engaño.
Nos encerramos en el cuarto de Manuel a tomar tequila y platicar.
Estas charlas, por lo general, son entretenidas, uno se desinhibe y las anécdotas surgen con facilidad.
Pronto el primer pomo se acabó. Fuimos por otro. La charla y los tragos fluían sin problema.
Aunque estábamos muy a gusto, alguien alertó: “No chingues, ya son ocho y media”.
En la madre, el pinche evento seguramente ya llevaba buen rato de haber empezado y nosotros en la briaga. Contra nuestra voluntad dejamos inconclusa la encerrona etílica y nos fuimos a cumplir con nuestro deber periodístico.
Antes de salir del cuarto me sentía borracho, pero consciente. Sin embargo, en el trayecto hacia el auditorio donde se llevaba a cabo el evento, todo cambió. ¿Me pegó el aire? Sepa la chingada, pero me transformé. Me puse loco, pues.
De pronto me vi en medio de una discusión. Muy enojado, Manuel gritaba una y otra vez a las puertas del auditorio: “Somos prensa nacional, déjenos entrar”. También distinguí la enorme humanidad de Pablo y vi cómo manoteaba y gritaba furioso. Yo estaba unos pasos atrás, callado.
Los policías del lugar perdieron la paciencia y nos ordenaron retirarnos. Me empujaron.
Craso error.
-No vuelvas a tocarme, le dije al cuico.
Pero está claro que no se impresionaban fácilmente pues ni los gritos de prensa nacional ni mi amenaza los detuvieron.
Me volvió a empujar y como la verdad a esas horas mi estabilidad no era mi fuerte, caí al suelo.
Encabronado me levanté y tiré un puñetazo que se fue a impactar directo al… aire (por eso soy reportero, no boxeador).
Craso error.
De repente salieron de no sé dónde uno, dos, tres… un chingo de policías que comenzaron a tirar golpes y patadas sobre mi humanidad. Como pinche loco yo también empecé a tirar golpes (esta vez sí acerté uno que otro).
Me maniataron dos policías y a punta de madrazos me subieron a la patrulla. Sobra decir que una vez dentro se dieron gusto soltándome otros buenos madrazos. Total, fui a dar a los separos.
Creo que estuve encerrado una hora, pero a mí se me hizo eterno. El pinche cuartito donde –literal- me aventaron estaba helado y asqueroso.
Manuel y Pablo habían aprovechado todo el borlote para entrar y avisar de lo que estaba sucediendo, así que al rato llegó Juan Carlos, de Televisa, y me sacó.
Crudo, física y moralmente, madreado y con una sed espantosa Juan Carlos y yo llegamos como a medianoche al restaurante del hotel donde ya todos cenaban.
Qué momento más embarazoso. Sentí todas las miradas sobre mí y de pilón me tuve que chutar el sermón de Ana María Abad. Por si fuera poco, me negaron el placer de tomarme aunque fuera una pinche cerveza. Nada. A partir de ese momento el alcohol estaba prohibido para mí y, dicen los intrigosos, para toda la comitiva gracias a mi desmadre.
Eso sí, bien borracho, pero muy profesional, pues en la primera oportunidad que tuve, llame al periódico para pasar mi nota. Desafortunadamente, en un acto de solidaridad, Manuel había hablado a mi redacción para pasar la nota e inventar no sé qué accidente mío. Ya se imaginarán la que se me armó.

"¡Pechotierraaaaaa...!"

POR JAR
Francisco Javier Hernández Chelico padecía de un dolor en una rodilla por lo que acudió al dispensario para que lo checaran. El “doctor” que lo atendió le dio algunas medicinas y le prohibió beber.
Pero este personaje de telenovela tenía contemplada la organización de una rueda de prensa para presentar el más reciente álbum de la banda Tex Tex en la cantina “La Reforma de Bucareli”, por tanto, se antojaba echarse unos tragos.
Todo transcurrió sin problemas durante el toquín y la comilona, Chelico había librado la tentación de probar el alcohol.
Transcurrida la tarde, Francisco Javier estaba a punto de irse cuando uno de sus "simples conocidos" llegó, por lo que se quedó un rato más.
Posteriormente, dos más de sus compañeros de juerga ocuparon los lugares vacíos y recordaron a un buen cuate, Víctor Guerrero, “El Padrino”, como le decíamos, jefe de la sección editorial de EXCELSIOR, que días antes murió de un paro cardiaco.
La nostalgia llegó al corazoncito de Chelico y de plano le entró al chupentín.
Siete bolas de cerveza campechana de barril y no menos de ocho cubas libres después, Chelico comenzaba a tambalearse, pero no sabía si era por efectos etílicos o la rodilla se le había subido a la cabeza.
La noche siguió en el Carton, una cantina donde suelen acudir reinas de la noche y trovadores para que los "parroquianos" saquen a flote sus dotes de galán o cantantes.
Ahí, Chelico continuó su jornada briagadal: “¡Salud por ‘El Padrino'!”, se escuchaba. El choque de los vasos era lo único que mediaba entre el brindis y el alcohol en el gañote.
La una, las dos, las tres de la mañana, y Chelico seguía en la nostalgia, no era para menos, “El Padrino” se merecía cada dedicatoria.
4:30 de la mañana: Chelico ya no puede más. Entre su mal de rodilla y el alcohol lo han hecho, diría Mauricio Garcés, “pedazos”, por lo que decide irse a casa.
En compañía de uno de sus “simples conocidos” aborda un taxi y pide que lo lleven a Santa María la Rivera. En el transcurso del Monumento a la Revolución a ese barrio, Chelico habla con cierta incoherencia: “Esta es toda una colonia porque además de que han nacido aquí muchos célebres personajes, tiene su alameda con kiosco”, ahora sí, la medicina le hacía efecto, comenzaba a delirar.
Al llegar a su “humilde residencia” como él mismo calificó a su cantera, su compañero lo dejó como quien prefiere abandonar a un niño cuando sabe que no tiene con que alimentarlo. Pero no tocó y se echo a correr, Chelico, pese a los estragos etílicos, se asumió todo un torero: “¡Dejadme solo!”, sacó el manojo de llaves que siempre porta, tipo San Pedro (cualquier semejanza es culpa de La Biblia), y eligió una para abrir el zaguán.
Al ver que Chelico no estaba tan cruzado, su “simple conocido” le dijo al taxista que se dirigiera rumbo al norte.

EN COMBATE
Dueño de la situación, Chelico lanzó para si mismo la consigna que suele decirle a otros cuando está verdaderamente estúpido (entiéndase pedísimo): “¡Un, dos, tres, Calderón!” (nada que ver con el que dice es Presidente) y al dar el primer paso, ahora sí que “en el patio de su casa”, cual arbolito que cortan en el Ajusco para satisfacer las necesidades navideñas, se desplomó.
Era horario de verano y sabía que en cualquier momento algunas de sus vecinas irían por la leche, así que trato de incorporarse, no pudo.
Fue entonces que recordó cuando estuvo en la Guerra de Vietnam y comenzó a deslizarse sobre el piso pedregoso. Con la correa de su mochila, “La chayotera”, cruzada en su pecho, Chelico se impulsaba para poder llegar a la puerta de su hogar, librando cualquier obstáculo que se le presentara, al tiempo de cuidarse no ser descubierto por el enemigo.
Fueron los quince minutos más largos de su vida.
Codo a codo, literal, avanzaba sobre la maleza. Fue entonces que se topó con un tanque… de gas, y como pudo, lo libró.
Después, escuchó que un combatiente enemigo se acercaba. Sí un cabrón sin corazón hizo un reconocimiento para ver si el boiler estaba prendido. De inmediato, Chelico trató de meterse a una fosa para protegerse, pero estaba llena de agua. En efecto, ese hoyo lo habían hecho para verificar una fuga de agua en la vecindad.
También escuchó varias armas químicas explotar cuando pasó cerca de la ventana de la recámara de su vecino, por ello, abrió su mochila y sacó de inmediato su mascarilla, no la traía. Se conformó con el paliacate donde suele guardar las monedas que les da a las del “amor fingido”.
Parecía que no la libraba... pero por fin llegó.
Quiso alcanzar la cerradura, pero su escaso brazo apenas si llegaba a media puerta.
Con todo el dolor de su corazón, con esa “franqueza que tal vez juzguen descaro”, Chelico tocó la puerta.
Su esposa se levantó de la cama y fue a ver de quién se trataba. Hizo a un lado la cortina y no vio a nadie por lo que pensó se trataba de una broma, así que acudió a conciliar el sueño.
Cuatro pasos después, escuchó nuevamente que tocaban la puerta. Encabronada, como cuando los evangélicos chingan a las siete de la mañana en domingo, la esposa de Chelico se enfiló a la puerta con la intención de soltar dos que tres mentadas.
Al hacer a un lado la cortina no vio a nadie, pero cuando estuvo a punto de soltarla, se dio cuenta como una manita le hacía señas para que observara hacia abajo. Intrigada, abrió.

Cual fue su sorpresa al observar al pobre Chelico en el suelo, como si le hubieran propinado una madriza.
-¿¡Qué te pasó!?
- Luego te digo, ayúdame a entrar al chante.
La señora no tuvo otra que auxiliar al borrachín y llevarlo a la cama.
Al día siguiente, con cruda, etílica, médica y moral, Chelico no quería saber nada del mundo, de tal suerte que cuando pudo levantarse de la cama fue al médico para que lo alivianara.
Una semana después, Chelico estaba convencido de ir a jurar a La Villita. Por fortuna no hizo caso a los malos pensamientos y hoy sigue en el agua. El “pechotierra” quedó para la historia de las batallas perdidas.

jueves, 6 de marzo de 2008

Qué chingón es cumplir 39 y retozar entre discos

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona

Por Aguas Lodosas

Aquel día convocaba El Holgazán a su aniversario 39. Vivía en aquel entonces con su cuate el Roberto, atrás de una de las entradas-salida de la estación Sevilla del metro, creo que ya es la colonia Condesa.

Y toda la banda de petróleos, sabedores que habría chinguere a discreción, pues alrededor de las 10 u 11 de la noche el depa del Robert ya estaba hasta la madre de bebedores empedernidos, tales como El Chuchuleco, El Divino Maestro, El Alan, El Canalla, El Gonzo, El Cruz de Olvido, El Torito, su servilleta y otros más para festejar al inefable Holgazán.

Y mientras se escuchaba rock con rolitas de la Bruja Cósmica, los Stones y otros, el alcohol iba inundando nuestras venas, la música subía de volumen, las botanas inflaban nuestro abdomen y se parlaba acalorado de cualquier pinche tópico.

No sé si el festejado se compró en exclusiva para él algún pomo adulterado en Tepis para agarrar la briaga de su vida, el chiste es que a las primeras de cambio ya andaba todo despeinado y malfajado, ya se le entendía poco lo que hablaba, quitaba y ponía discos aunque no hubiéramos escuchado una sola rola completa, la mirada se le extraviaba y los pies se le enredaban.
Entraba y salía del cuarto donde se hallaba el stéreo, se dirigía a sus invitados para ya no se le entendía ni madres, y apenas había pasado poco más de una hora de pachanga reporteril.

En una de esas entradas y salidas que lo terminaron de marear, al querer tomar un disco más del disquero tiró un madral de CDs, se rompieron cajas y se hizo un reguero de compactos y al querer levantarlos se fue de bruces, le quisimos ayudar a ponerse en pie pues ya andaba hasta el tronco, pero el pinche terco rechazaba la ayuda, y al querer ponerse de pie sólo se patinaba entre los discos.

Con dificultad se levantó, pero para entonces ya no se le entendía nada de lo que balbuceaba y los ojos por momentos los ponía en blanco, pero no se sentaba y seguía dando vueltas a lo g üey y en una de esas tiró otro bonche de discos y él también cayó sobre ellos para ya no levantarse o sepa la chingada que haría.

El chiste es que ahora me pregunto si el 39 aniversario que festejábamos era de su existencia, o cumplía 39 años de andar de pedo. Quizá ni él hasta la fecha lo sepa. ¡Salucita mano!

Tú ¿Vales Ka?

Una peda dividida en cuatro actos...
Parte 1

Clásico, hay toquin en la Facultad organizado por el CGH para liberar al Mosh... Clásico, no tenemos dinero para el bote... Clásico, queremos chupar pero apenas juntamos poco y somos cómo 6 cabrones... Clásico, a comprar chupe barato y apendejador, o era Mezcal, o era Vodka.

El que esto escribe ya había tenido una mala experiencia con el mezcal (a quién se le ocurre comprar un garrafón de 5 litros para beber en dos o tres horas? -afortunadamente, nos duró unas 3 o 4 pedas ese garrafón-); por lo tanto, hoy es día de entrarle al vodka barato. ¿Qué tan malo puede ser un litro de vodka de veintitantos pesos? L-E-T-A-L.

Nos echamos dos pomos de a litro de un vodka llamado Valeska, presentación en botella de plástico, tipo refresco desechable, lo agitabas y salía gas!!!!; pero eso no impidió que le entraramos con fiereza (era a la carrera, yo tenía exámen a las 8 de la noche), lo que sea con tal de no entrar a clases, ponernos hasta el gorro y ya lanzarnos a nuestros aposentos...

Pero no, 5 vasitos de esa madre, revuelta con jugo de naranja, hicieron la delicia de nuestras compañeras, unas risa y risa, otras encabronadas porque teníamos aquel exámen y ya me veían con ojos de "pinche David, no mames, tienes exámen y estás hasta tu madre, Nelson te va a regañar" Nelson, era nuestro profesor de Taller de Periodismo 2, cubano y con unos 150 kilos de rock con el que tendríamos el fatal exámen de dos trepidantes preguntas...

Los actos de esa peda, no empiezan con la peda en sí, sino que empiezan cuando la peda acabó.

A las 8 en punto, llegué cómo pude al salón del edificio B en el que tendríamos el exámen, las amigas seguían risa y risa, o movían la cabeza en señal de desaprobación... yo, sinceramente ni las pelé, no sea que me vaya a caer, jeje. El exámen, comenzó sin contratiempos, dos pinches preguntitas, lo acabé en 5 minutos. El problema, es que si eras de los primeros en acabar, una de dos, o te quedabas a esperar a tu banda o le pedías permiso al profesor para que te dejara salir -no le iba a decir, y mucho menos si estoy bien pedo, decidí esperar.

Error!!!!, en un minuto, empecé a notar que el profesor rebotaba por las paredes (me alivió una milésima de segundo, pues pensé que el pedote era él); me estaba durmiendo y me pasó lo de cada peda cuando cierras los ojos, te subes a la montaña rusa y todo se pone feo. Con la guacara a punto de salir, levanté la mano para que Nelson me dejara salir al baño. Me dió chance, pero hasta el momento creo que lo hizo para que no embarrara a mis compañeros, o para que no le ensuciara el piso del salón.

Media hora en el baño para sacar todos los demonios, mis amigos salieron del exámen y yo seguía vomitando, me encontré con ellos y regresamos a la explanada, ahí seguían los otros cuates con los que probé el vodka... traían una peda elevada a la N potencia, pero nada qué lamentar... ajá. Dije: ya hice mi exámen, ya vomité, ya estoy bienhgggggggrrraaaaaaaaaggggggg!!! mientras bautizaba una de las campanas de basura...

Lo peor, cuando llegamos al metro, -ahí se dividiron las otras tres historias- mientras yo agarraba rumbo con el Sensei, nos trepamos al metro y parecía que todo era felicidad... nos sentamos y el Sensei habló:

- Pinche David, traes una cara de no mames, cómo te sientes?
- La neta, mal, no le vuelvo a entrar a ésta madre...
- Chido, mira, yo me bajo en balderas y tu te sigues a tu casa, duérmete y cuando yo me baje te aviso... por favor cabrón, vas a la Raza, no te sigas hasta Indios Verdes...
- Ok...
- Duérmete, nada de vomitar aquí...

Y que se arranca nuestra limo naranja, el jaloncito que siempre se siente cuando estás en el metro es la muerte cuando vas hasta tu madre, todo se me revolvió y aguante sólo una estación sin decir nada, pero el Sensei se dió cuenta y me empezó a cagotear:

- No mames David, no me salgas con que vas a vomitar otra vez...
No le contesté, preferí seguir con la boca cerrada, si la abría tantito bañaba a todos...
- Ya sé!!!, nos bajamos - me dijo el Sensei-
Mju, le contesté
- Aguanta pinche Daviiiiiiiiiiiiiiiiiid

No soporté más la presión, apenas se abrieron las puertas en Viveros, abrí la buchaca y salió pura espuma, no sé, vomité fácil un litro de espuma (nuestro error fue agitar los pomos para sacarles el gas); el Sensei me sacó a la calle y me discutió un refresco de toronja, quesque para que amarrara.

El camino a casa ya fue más tranquilo, mi cuate se bajó en balderas y yo iba despierto... hasta ahí, porque bien me lo dijo antes, - No te duermas - ... y que me despierta un policía hasta Indios Verdes, lugar en que nadie en la vida le ha mentado la madre a un poste, un perro, un árbol y su propia sombra en la misma noche...

¡Saluuu por "El Botanas"!

o "Ya vió lo que provoca, don Richie"
Por Aaróncrates






Y ahí estaba su servilleta, tratando de decidir si me la tomaba o no, "¿y si me pongo jarra?, ¿y si guacareo?, se van a dar cuenta mis jefes", ya saben, las mil y un dudas que, como secundino bien portado, te atacan cuando vas probar tu primer chela. Más tarde en decidirme que en lo que el gandalla del Mario dejo salir de su garganta ese grito: "¡Órale pinche Botanas, no le saques y tómate esa chela!", "o pa'que chingaos viniste a la fiesta" (Ah que buenos son estos weyes pa ayudarte a tomar decisiones, me cae).


Mi ñoña y puberta mente se bloqueó pensando "quieres dejar de ser El Botanas, pues a chupar se ha dicho", y ahí voy de obediente:


—Pos va, pa' rriba, pa' bajo pa' l centro y pa' dentro, vénganos tu reino...
—Está buena, ¿no?
— Muy buena (aunque la verdad no soportaba lo amarga que estaba —quien diría que unos años después...).
—Pues ahí hay más.
—Va gracias.


Total que como pude me hice wey un rato para no tomarme otra, platicando por acá y por allá, echándome unos cuántos pasos de aquello a lo que llamabamos bailar y quemándo uno que otro cigarrito (delincuentes por supuesto, en la secu no había para otros), y de repente que se acerca Liliana (una chava que me latía bastante, aunque hasta la fecha no logro descubrir por qué).


—Me das de tu cigarro —asentí con la cabeza—, ¿qué tu no tomas?
—Sí, pero no me gusta la cerveza.
—No te preocupes, compraron unas botellas también.
—¿Ah sí?, pues vamos a ver que trajeron, para ver si nos tomamos una juntos, ¿va?


Esos aires de conocedor dieron resultado, camino al patio de arriba Liliana continuaba platicando conmigo, lo que era increible porque si de algo me caractericé en la secundaria fue de ser un tipo bastante tímido; me tomó del brazo y después de la mano (oooorale, me dije a mí mismo, se siente chido), llegamos hasta el cuartito donde nuestro cuate Valle había improvisado la cantina y nos lo encontramos con otros tres echando baraja.


—¿Qué toman?, pregunto Liliana.
—Brandy, respondió Valle, ¿quieren?
—Pues órale, nos echamos una.


Valle sacó la botella que estaban tomando, y cuál fue mi sorpresa al ver la etiqueta, "RICHARDSON", a mi corta edad no sabía mucho de alcoholes, pero eso sí, mi padre me había advertido que ese era un aguardiente de lo más corriente; pero dadas las circunstancias y la chiquitita ahí presente no podía rajarme, así que sin dudarlo, que me la tomo, ¡y de hidalgo!,


—¡Ahhh, está buena, eh —le dije a Valle.
—Mira, mira, quien viera al botanitas, se me hace que se le está quitando lo pendejo.
—Bueno, ya estuvo, ¿no?, nos echamos la otra.
—Va, así me late, que no se rajen —ladró Jorge, el culpable de ese mote que llevaba a cuestas.
—Ya déjalo Jorge —alegó Liliana.
—Bueno, bueno, está bien —respondió—, pus ¡Saluuu por El Botanas! , que parece que ya se le quitó lo ñoño y encontró defensora.


La risa de los demás no tardó en aparecer y con sus vasos desechables en mano contestaron el brindis: "Saluuuu", uno tras otro fueron saliendo del cuartito y me quedé a solas con Liliana, el alcohol empezaba a hacer estragos en mi lengua y comencé a shushear, además de sentirme levemente mareado, ¡estaba jarra!, mi primer guarapeta y con la chava que me gustaba, ssssss. De repente apagaron uno de los dos focos que iluminaban el cuartito, "los dejamos solitos tortolitos", dijo Jorge, Liliana sólo me sonrió y se acercó poco a poco. ¡Tómala muñeco!, cuando sentí ya tenía su lengua tratando de aplicarle una hurracarrana a la mía.

Después de una buena ensalivada, entré en razón de que estaba recibiendo mi primer beso, ¡ahhh, qué romántico!, ni madres, esa lengüeteada que me pusieron fue desagradable, me mordió un labio, le apestaba la boca —afortunadamente no le olía a guacara, como le pasó a mi mano Davicho— y por si eso fuera poco estaba jarra y a duras penas alcanzaba a distinguir lo que cantaba Sting en "Every breath you take" que era la rola de fondo. Chale.


Para no hacer esta historia larga, esa noche me hice de mi primera novia, participe en una bronca entre pubertos, mis papás no se dieron cuenta de mi guarapeta (o al menos eso dicen), me quité el apodo de botanas (o al menos eso creí, aunque después me daría cuenta de que para eliminarlo por completo había que estrellar la nariz de Jorge en el pizarrón, enfrente de todos), y aprendí muchas mañas.


Al día siguiente conocí la cruda y las delicias del Alka Seltzer, pero ésa, es otra historia.

martes, 4 de marzo de 2008

De aquí no me muevo...

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neurona

Cuchoelroto
La caverna de la botella me indicó el inicio del infierno. Lo borroso de su cristal desfiguró la imagen de la muchacha —francamente horrenda—, la observé por un momento como si estuviera viéndola del otro lado de un aparador.
Mira nada más, tú tan selecto cabrón, cómo es que llegaste hasta aquí, escuché a la voz en mi cabeza. Pero si tú, qué horas traes wey, escupí. El cuerpo yacía en la alfombra, el cuarto apestaba a raidmatabichos y a pólvora recién horneada. Parecía dormida, como bruja de leyenda. Tenía una cicatriz de cuento de Benedetti. Sus últimas palabras me hicieron reir. Pensé: mira quién chingó a su madre.
La botella cayó de mi mano.
Afuera tocan. De aquí no me muevo. Que abran ellos si quieren.
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