martes, 11 de marzo de 2008

Prensa Nacional


Por Mario Rojas

- Tequila no porque me pongo loco, les dije en un arranque de sinceridad.
Sin embargo, parece que a Manuel y Pablo les conté un chiste porque sólo rieron, pero ignoraron mi solicitud y compraron un Cazadores.
Craso error.

Habíamos llegado a Tlaxcala a las 2 de la tarde. Eran los tiempos en que Televisa solía tratar con cierto dispendio a sus invitados, así que toda la comitiva que iba a cubrir el evento de Nuestra Belleza fue invitada a comer y beber en un lujoso restaurante.
En la mesa donde me senté, además de otras personalidades del reporteo, estaban Pablo y Manuel, representantes, en aquel entonces, de Excélsior y Novedades.
Cotorreamos y nos tomamos unas tres chelas cada uno, suficientes para entonarnos. Pero dieron la orden de retirarnos al hotel, tomar un baño y descansar. “Nos vemos a las ocho en el lobby”, fue la orden de los encargados de prensa de Televisa.
Faltaban poco más de cuatro horas y como ya teníamos un poco de cuerda, eso de ir a encerrarnos al cuarto de hotel tanto tiempo, como que no se nos antojaba mucho. Así que pronto surgió una voz que nos invitaba a encontrar una mejor manera de pasar las horas.
-¿Qué hacemos?, pregunté inocentemente.
-Pues vamos por un pomo, dijo Pablo con rapidez.
Y así fue. Con ese olfato característico de los buenos borrachos, pronto dimos con una vinata.
-¿Qué compramos?, cuestionó ahora Manuel.
Y fue cuando, odio repetirlo, se los dije.
-Tequila no, porque me pongo loco.
Y sobre advertencia no hay engaño.
Nos encerramos en el cuarto de Manuel a tomar tequila y platicar.
Estas charlas, por lo general, son entretenidas, uno se desinhibe y las anécdotas surgen con facilidad.
Pronto el primer pomo se acabó. Fuimos por otro. La charla y los tragos fluían sin problema.
Aunque estábamos muy a gusto, alguien alertó: “No chingues, ya son ocho y media”.
En la madre, el pinche evento seguramente ya llevaba buen rato de haber empezado y nosotros en la briaga. Contra nuestra voluntad dejamos inconclusa la encerrona etílica y nos fuimos a cumplir con nuestro deber periodístico.
Antes de salir del cuarto me sentía borracho, pero consciente. Sin embargo, en el trayecto hacia el auditorio donde se llevaba a cabo el evento, todo cambió. ¿Me pegó el aire? Sepa la chingada, pero me transformé. Me puse loco, pues.
De pronto me vi en medio de una discusión. Muy enojado, Manuel gritaba una y otra vez a las puertas del auditorio: “Somos prensa nacional, déjenos entrar”. También distinguí la enorme humanidad de Pablo y vi cómo manoteaba y gritaba furioso. Yo estaba unos pasos atrás, callado.
Los policías del lugar perdieron la paciencia y nos ordenaron retirarnos. Me empujaron.
Craso error.
-No vuelvas a tocarme, le dije al cuico.
Pero está claro que no se impresionaban fácilmente pues ni los gritos de prensa nacional ni mi amenaza los detuvieron.
Me volvió a empujar y como la verdad a esas horas mi estabilidad no era mi fuerte, caí al suelo.
Encabronado me levanté y tiré un puñetazo que se fue a impactar directo al… aire (por eso soy reportero, no boxeador).
Craso error.
De repente salieron de no sé dónde uno, dos, tres… un chingo de policías que comenzaron a tirar golpes y patadas sobre mi humanidad. Como pinche loco yo también empecé a tirar golpes (esta vez sí acerté uno que otro).
Me maniataron dos policías y a punta de madrazos me subieron a la patrulla. Sobra decir que una vez dentro se dieron gusto soltándome otros buenos madrazos. Total, fui a dar a los separos.
Creo que estuve encerrado una hora, pero a mí se me hizo eterno. El pinche cuartito donde –literal- me aventaron estaba helado y asqueroso.
Manuel y Pablo habían aprovechado todo el borlote para entrar y avisar de lo que estaba sucediendo, así que al rato llegó Juan Carlos, de Televisa, y me sacó.
Crudo, física y moralmente, madreado y con una sed espantosa Juan Carlos y yo llegamos como a medianoche al restaurante del hotel donde ya todos cenaban.
Qué momento más embarazoso. Sentí todas las miradas sobre mí y de pilón me tuve que chutar el sermón de Ana María Abad. Por si fuera poco, me negaron el placer de tomarme aunque fuera una pinche cerveza. Nada. A partir de ese momento el alcohol estaba prohibido para mí y, dicen los intrigosos, para toda la comitiva gracias a mi desmadre.
Eso sí, bien borracho, pero muy profesional, pues en la primera oportunidad que tuve, llame al periódico para pasar mi nota. Desafortunadamente, en un acto de solidaridad, Manuel había hablado a mi redacción para pasar la nota e inventar no sé qué accidente mío. Ya se imaginarán la que se me armó.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Pinche Mario ya me imagino tu cara de "chíngame mis centavos", y el rollo que te aventó la Abad. Seguro te decía con su tono cuasi maternal: "Claaaroo, claaaroo, si pues, claaroo, Mario si pues, ya no te vamos a dar de chupar y si te damos será la de San Martín, claaarooo, claarooo..."
Que patinada más calabaza, claaarooo...