viernes, 21 de marzo de 2008

"La Vencedora", pulcata de época y de poca...

El Dios-alcohol nos transporta a otras dimensiones y sólo pide en sacrificio una doncella-neuronaPor Aguas Lodosas

En una de las entregas recientes hablamos sobre algunas pulquerías como la “Voy de pasada”, mejor conocida por los rumbos de Tizapán como “El Potro” y “El Bataclán”, ejemplo de buenas pulquerías donde se la pasaban a toda madre obreros, ñeros y albañiles, todos en singular comunión por nuestra adorada Mayahuel.
Ahora les hablaré de “La Vencedora”, ubicada en un angosto y cortito callejón en el pueblo de La Magdalena Contreras de esta ciudad, justo antes de llegar a La Cañada que es el inicio de la subida al Parque Nacional de Los Dinamos.
Que chido era llegar a ese paraje natural, fresco, rodeado de bosque, de trinos bellos como los del zenzontle, cardenales, calandrias y primaveras, además del murmullo del único río “vivo” de la capirucha: el Río de La Magdalena.
Bien, llegar a ese remanso era como una bella excursión, una grata experiencia que debía desembocar sin remedio en “La Vence”, pulcata atendida por dos jóvenes hermanos como “El Charro” y “El Güero”, y que de inmediato cuando veían entrar a la banda del barrio nos saludaban de buen agrado y de inmediato ofrecían “la probada” de los curados del día, que eran como cinco o seis de diferente sabor, aunque no podía faltar el de jitomate y el de avena, esos eran de rigor.
El local era amplio, quizá unos 70 metros cuadrados, otras apenas eran de 30 o menos. A un costado de la entrada el departamento de mujeres y entrando a la izquierda la barra que también era amplia y donde se mostraban los grandes vitroleros sobre unas tinas con hielo para que se conservara fresco el llamado “néctar de los dioses”, con sus vividos colores, el de jitomate, rojo; el de piña, amarillo; el de apio, verde; o el de mandarina con un tono anaranjado encendido; el de avena como rompope y el de piñón medio rosadito. ¡Todos estaban de rechupete! No había alguno gacho y no sabíamos de cual pedir, pero generalmente empezábamos con el de jitomate que era el más fresco y reconfortante. Lo servían en cubetas de cuatro litros y pedíamos de dos a tres cubetas, no’más pa’empezar y luego degustábamos de otros sabores, pues había que probar de varios, aunque luego se acababa el varo, pero “El Güero” y “El Charro” eran bien alivianados y nos echaban vale para seguir consumiendo “melón”, -otra manera de referirse al pulque-. ¡Total, luego pagamos!
Nos atascábamos de “magüeyín” hasta casi reventar, entonces fraguábamos el obligado desempance, o sea un “fuerte” para mitigar ese abotagamiento que produce el exceso de pulque en el estomago, pero que provoca unas “cruzadas” de la chingada y al ratito ya andábamos viendo no a Mayahuel sino al mismito chamuco.
Obvio que la desaparecida “Vencedora” contaba con su altarcito a la Guadalupana con sus foquitos de colores, algunos cuadros al óleo en sus paredes, entre los que destacaba uno con un campesino sombrerudo bebiendo aguamiel en una penca de magüey medio doblada a lo largo entre ambas manos para hacer una oquedad en la penca. Y remataba el cuadro la siguiente frase: “Agua de las verdes matas,/ tú me hieres,/ tú me matas,/ tú me haces andar a gatas…”
En estos días de Semana Santa cómo me acuerdo de esas visitas a “La Vence”, pues sube mucha gente a visitar esos lindos parajes del río y mojarse la barriga con un buen tlamapa, allí con “El Güero” y “El Charro”. ¡Cómo diablos se extrañan esos días!

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gustaria platicarlo con usted ya que el potro al que describes en tu relato era mi tio cajaunicaecatepec@hotmail.com ahhhh y por cierto la pulcata se llamaba " aver si puedo "