viernes, 29 de febrero de 2008

Bienaventurados los adoradores de Mayahuel

Por Aguas Lodosas

Pero que lindo es rendir pleitesía al dios Baco, ya sea en una cervecería o cantina, quizá en la esquina de la cuadra cuando estás chavo y te sientes el rey del barrio como TínTán. O también en el estacionamiento de la escuela con todos los compas eufóricos de tanto vino, juventud y bellas compañeritas estudiantes.
Ya más ruco, pues en la casa de algún vale escuchando buen blues o rock. ¿O por qué no? en algún evento de prensa donde te dejan algo para beber los colados, y te picas y te pones hasta el tronco.
Sin embargo, puede ser más ilustrativo, folclórico y embriagador, profesarle pleitesía y fe a la diosa Mayahuel, deidad prehispánica del octli, mejor conocido como pulque.
Desde escuincle, mi abuelo Tito me mandaba por su “caldo de oso”, como dijera en su tira don Regino Burrón. Ya me conocía el encargado o dueño del expendio, a quien le decían Lalo, y yo le solicitaba: “Me da dos litros del que toma el patrón”. Y me servía el viscoso líquido blanco, como el techo de la misma pulcata.
Volvía con el encargo, pero Lalo ya me había dado un vasito del rico y espumoso nehutle. Eso era en el barrio de Copilco el Bajo, entre el eje 10 y la avenida Insurgentes, al sur de la ciudad, muy cerca de la Ciudad Universitaria.
Pocos años después, cambiamos de residencia al barrio contiguo de Loreto, barrio obrero y bravo donde todos los viernes y sábado, sus calles privadas se convertían en multitudinarias cantinas, con todo y sus broncas cuando ya andaban hasta la madre toda la banda.
En los linderos del barrio con Tizapán, a un costado de la fábrica de papel, hoy exclusivo centro comercial, se ubicaba “la pulquería del Potro”, porque así le decían al encargado del tugurio y de la cual creo su nombre real era el “Voy de pasada”. Ahí llegaban un chingo de obreros luego de terminar su turno de las dos de la tarde y pasaban a comprarse los suyo los que relevaban también a esa hora.
Nosotros los chavos también llegábamos regularmente los lunes al mediodía a curarnos la cruda acumulada de viernes, sábado y domingo. El primer día de la semana era especial, pues era de ley el curado de limón que les quedaba pero neta que de poca madre, e inflábamos pulmón hasta agarrar otro pedo como el de los mayores.
Como todas las pulquerías, la del Potro tenía su altarcito a la Guadalupana, su molcajete grande para a salsa de chile morita, pasilla o de árbol bien picosa, y sus barriles repletos de jugo de maguey. Y afuera “doña Morongona” vendía tacos de cabeza de pollo, o mollejas con salsa, todo el día sentada frente a su anafre con un comalote que era una tapadera de tinaco de lámina, ¡pero que rico sabían sus fritangas! A un lado del departamento de mujeres.
Más hacía el poniente de Tizapán cerca del Periférico donde se erigían anteriormente las instalaciones del Récord, se hallaba otra pulquería especial: “El Bataclán” y su encargado se llamaba Pedro, y que chulada de curados preparaba, no había uno que no estuviera suave, pero los más ricos eran los de apio, jitomate o betabel, frescos y escarchado el vaso con sal y limón ¡uta, ya se me hizo agua la boca!
Este cabrón se aventaba la puntada de preparar uno de calabaza los días de muerto a principios de noviembre y que bárbaro eran una chulada, o el de frijol para ponerse bien jicote, por eso les decía que era muy especial el famoso “Bata”, pues no en cualquier lado se aventaban a hacer este tipo de esquimos cuateros que lo ponían a uno como burro en primavera, neta que sí.
Y bien, en la siguiente entrega les prometo hablar de “La Vencedora”, allá por el rumbo de Los Dinamos, o “La tempestad” en Mixcoac, donde nos hincábamos toda la banda de pedernales a ofrecer una oración a Mayahuel.

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