sábado, 23 de febrero de 2008

Dos chelas por seno…

Por Cuchoelroto

Tengo la certeza de que estaba pedo porque cuando eso pasa la lengua se me escurre por sus senos como sol de semana santa, o sea desde lo alto y en caliente. Qué raro, pensé, si no es tan tarde, apenas han pasado tres cuartos de pomo desde que llegamos, ¿o fue más? ¿O será que tomar desde la mañana acelera la borrachera nocturna? En fin, suspiré sin sentirlo, seguí chupándole los pezones a esa mujer de rasgos indígenas y cuerpo de Elsa Aguirre, que en honor a la verdad no eran tales, sino tostones, grandototes, pero de aquellos de plata, que usaban los abuelos, de esos que cuando reposaban en sus manos, luego de un volado, el penacho del Moctezuma caia desplumado. Pero número uno, si sigo así, seguro querré pagarle como a fichera…

En esas estaba como decía el Santos cuando caí en cuenta que, no estaba pedo, estaba hasta mi chingada madre de pedo. Pero número dos, ay este hígado mío, tengo que cambiarlo por uno de mayor octanaje…

Y decidí en ese instante que debíamos pedir otra ronda, de qué si ya no hay nada. ¿Cómo?, por allí se escuchó un chillido, mejor vamos con las putas de la Merced. Mira si andaba borracho. Esas pirujillas ‘tan muy rancias, se escuchó por otro lado; además, terció el tercero en discordia, estamos en Acapulco.

Claro, mejor vamos al Tabares, al Chicas o a cualquier otro pinche sitio que tenga mejor vista. Y mejores tetas qué ofrecer, reconocí en voz medio baja. Ya era tardesón, pero el chiste era seguir chupando, prefiero beber lo que se debe y chupar lo que también. Entre sapos marca apache y tambaleos nos dirigimos a nuestro destino.

…Zzzzz… Orale cabrón ya despiértate ya llegamos. Y allí estaba yo de espaldas a esos grandes bastardos que en las noches son cadeneros y por las mañanas le agarran las nalgas a las turistas trepadas en el parachute. Una vez franqueada esa aduana, el paraíso: carnes, pieles, humores de alcohol adulterado, a humo de hielo seco con aroma de cereza, de entrepiernas sudadas y perfumes baratos. Pero número tres, la música restregaba mi cerebro a ritmo de punchis, punchis.

El animador invitaba y arengaba sin cesar a los parroquianos, o para estar a tono teibolerianos. Uno de mis fraternos hizo escala en el baño, otro me rozó la mano y de inmediato me aparté, luego me explicaría que le da miedo la oscuridad, acepté eso como disculpa, pero igual me senté del otro lado de la mesita.

Esquivamos a superhéroes y otros personajes que, ahora lo sé, se dedican a otros oficios para subsistir: Superman, Hombre Araña, Galáctico…

Solícito, un Chavo del Ocho Patinador, nos invitó lo mejor de su cava. No mames, dije, a mí tráeme una chela. Allí sí empezó lo bueno:

Subió Magda o Brithany o Kimberly o quien quiera que se haya subido al escenario. Recuerdo muy poco de esa noche, apenas un puñado de postales alumbradas por el brillo de los tacones de Drag Queen y las dentaduras azulosas, metidas como agüevo en caras quemadas por el sol. Pero número tres, la oscuridad me marea más. Su senos eran tan grandes que tardé en recorrerlos sendas chelas; esa noche estaba reglando, lo supe por esa combinación de sangre con benzal. Su coño era tan prodigioso que hablaba en una lengua extraña que casualmente yo conozco muy bien, la piel era tan tersa como la de los sueños, ah, y tiene una mano muy pesada…

Esa vez aprendí varias cosas: A las teiboleras no les gusta que les llamen putas, ni que las invoques por su verdadero nombre, —la que me bailó en el privado se llamaba Ifigenia—, y tampoco le gustó que le metiera el dedo por el ano. Mira si es pudorosa la niña, espero que cuando crezca no vuelva a sentir ascos.


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